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lunes, 18 de agosto de 2014

#TARDES A PIE DE NEVERA (Cinc5): HALLELUJAH HILLS, su “HAVE YOU EVER DONE SOMETHING EVIL_2014 Y OTRAS HIERBAS”





Creo haber llegado ya a mi destino con el único propósito de hablar de música y encontrarme con mi origen fraternal. El lugar donde se maquinó mi existencia y donde los recuerdos fugaces en forma de flashes se amancillan con las Perseidas. Y claro, si uno no ha perdido el hilo de tan curioso viaje: recostado sobre sofá, con las piernas bien extendidas y un baso grande rebosante de té verde frío en las manos. Sabrá que todo es fruto de la imaginación, que como bandera enarbolamos cuando el tiempo se desgasta sin mal revolver con el que matarlo.
Aquí a las puerta de Villagordo me hallo preguntando puerta por puerta por los ancestros de los meones y los canalejas. Esas etiquetas tan graciosas, veraces y crueles que estudian etimológicamente el mote como afección descriptiva familiar en los pueblos de mi geografía. No siendo mi curiosidad otra la de volver a rememorar instantes desperdigados sin conexión aparente, tan solo por la gracia de reconstruir aquello que la memoria disemina. ¿Será verdad aquello que dicen de la memoria y la edad? Que cada uno hace el mundo a su capricho anudando lo poco que retiene, y recordando lo que verdaderamente le interesa.
Siendo un sí o no la respuesta, siento una necesidad imperiosa por machucar una y otra vez esos flashes memorabílicos; a ver si así se me quedan por siempre.


Del pueblo de mis padres donde pasé tantos y tantos veranos desmigajando el tiempo, aquí que pasa con una velocidad tan insólita como perezosa. Que las criaturas se tornan madrugadoras o noctámbulas huyendo del calor infernal que brota del asfalto en las canículas. Sabrán que me estoy refiriendo a un pueblo recóndito cualquiera, de los muchos que se esconden tras las lomas olivareras de Jaén. Y es curioso que el de mis padres siempre me haya parecido un lugar extrañamente aislado, pese a los escasos 22 escasos kilómetros que lo separan de la capital. Como si el río Guadalquivir y las lomas que lo circunvalan, se hubieran cerrado a cal y canto hace años, como una especie de fosa medieval.
Cuando yo lo visitaba cada año tan solo salía cada hora una viajera hacia la cardenalicia capital. El acento de sus nativos y las costumbres era tan cerrados, que parecíamos a miles de millas de distancia; y sin embargo flotaba una distensión y felicidad en sus parajes sin igual. La misma que la infantil inocencia que por entonces me poseía. De mis primeros veranos con ocho años escasos guardo como fogonazos curiosamente dos o tres recuerdos que nunca me han abandonado; de un puñado menos trascendentes: El ver a dos críos matar a golpes dos pequeños gatitos, el contemplar en un agujero en el campo a una gigantesca Tarantela, y verme observando por el agujero de una vieja portachuela de un corral a un enorme carnero: Se vino contra mí, contemplé aterrorizado como golpeaba la puerta, y días más tarde como lo sacrificaban, lo despellejaban y fileteaban.
No sé si traumáticos, pero esos tres momentos los recuerdo como si fuera ayer, y sin embargo han pasado 36 largos años. 
 

Como tampoco sé con exactitud si las parábolas, elipses y rodeos que me llevan a escupir esas trazas inexactas de mi pasado, guardan alguna relación con una banda de la que debería haber escrito hace dos años. Quien sabe, igual estoy bajo el influjo de Rustin “Ruhst” Cole y la absorvente, oscura y pantanal historia de True Detective.
El caso es que estas líneas debían el pasado año haber sido para “No One Knows What Happens Next/2012/Discrete Pageantry Rcords.”; el disco que me abdujo con la ayuda de la viral “Get me in a Room” a su pasional universo. Pero es que mi introducción a esta banda de Massachusetts ha sido lenta, tardía y muy muy pausada, como aquellos viajes insomnes hacia las praderas de los opiáceos: Esas dos primeras, festivas y eufóricas canciones (Get me a Room y Nightingale Lighting), que luego acaban desembocando como un salto de agua en un remanso que se absorbe y metaboliza lenta, lentamente. Y que acaban dando lugar a una banda, en la máxima expresión de la palabra, que se tambalea temblorosa pero firme sobre la cuerda pendular del Rock, el Folk como himno agitador, o en definitiva la canción como arma de doble filo.
Esa ambigua imagen de colectivo donde sobresale su ariete Ryan Walsh (The Stairs), nos puede dar infinidad de lecturas, sin que ninguna de ellas sea del todo exacta: Ese tono de Folk Irlandés donde cuerdas y metales exorcizan una especie de revuelta de hermandad secreta. Ese envoltorio típicamente Americano lleno de rugosidades, asperezas y filos cortantes también puede ser un texto de Brailei donde descifrar mensajes excitantes. Pero al final de todo, alejándose hasta capturar el encuadre, la perspectiva o el ángulo, el sonido de Hallelujah The Hills se puede resumir como un ente vivo, multidisciplinar y tremendamente regenerador. Cuando los escucho siento que nunca se escucha de la misma forma; agitan y amansan. Si ese disco parecía por momentos redentor, conciliador cuando sonaban “Hello, my Destroyer”, “Dead People's Music”, “The Game Changes Me” o ese precioso “Care to Collapse” con la compañía de Marissa Nadler. En otras ocasiones más catártico o psicodélico en “People breathe into other People”. O volvían a rematar con esas fanfarrias de felicidad infinita y libertaria como en el principio, cuando cierran de un portazo con “Call Off your Horses”. Lo que a uno le queda al final es un organismo vivo que sube, baja, regatea, salta y se retuerce hasta engancharte por los mismos machos.



Dos años más tarde sin excusa que valga ni arrepentimiento alguno, al amurallar este raro mes de Agosto con otro TOCHO más de los míos. Lo único que puedo argumentar en mi defensa, es que son pocas las palabras que dedicarle a una banda que me exfolia como pocas. Me regenera y hace que las comparaciones odiosas sean tan solo eso: Excusas con las que explicar algo que se escucha y no se explica. Que se digiere sin las prisas de asimilar algo por pura bulimia, donde los ganchos comerciales son las únicas armas para pedir turno ante la vorágine de la gula popular.
Quizás por eso su último trabajo “Have you Ever done Something Ever?/2014”, es mi especie de Sancta Sanctorum donde rebuscar por esos pedregales que te exigen destreza al caminar con tus desnudos pies. Un disco que suena puramente instintivo, que rezuma rabia, energía y felicidad por partes iguales. Y en el que los Bostonianos tocan como si la operación de amigdalitis a su cantante Ryan Walsh, fuese ese único pretexto para cantar en grupo esos himnos incendiarios como si no hubiese mañana.
Entrar por la puerta del trabalenguas “We are What we Say we Are” sin acojonarse, lo asumo como posible. Aunque solo sea porque nos han adormecido tanto oídos y paladares, que si no hay una tonadilla bailonga y discotequera nos vamos pata abajo. Quizás hemos perdido esa capacidad de extraer belleza, poesía y melodía del salvajismo, con lo duchos y paladines que fuimos en los 90. Ese paso marcial de gran Oso, esas cuerdas indelebles que entumecían los dedos de los grupos, y esos tambores que sin tregua obligaban a darlo todo. Ese mismo disfraz de Grunge onírico con el que nos dan mano estos corredores de fondo; despreocupados como están ellos por las apariencias.
Do you Romantic Courage” o “I Sand Corrected” a pulmón abierto de par en par, coros a doquier y mucha mucha euforia invitan. Puede que los más accesibles del disco, aunque dudo que sean golosinas para adolescentes. Yo me quedo con la majestuosa “Pick up an Old Phone”, puro crescendo; y ahora viene cuando los comparan a Arcade Fire, y yo es que me troncho. Como si no hubiera banda sobre la faz de la tierra capaz de producir ese efecto primitivo de camaradería sobre los oyentes: Ese echar el brazo sobre la espalda de nuestro compañero y entonar el “Down all the Days” de THE POGES, junto a ese legado de Folk Rock Anglosajón tan perenne en los ancestros Bostonianos de Hallelujah the Hills.


La rotundidad con la que su quinto y último trabajo actúa en el subconsciente, desde sus primeros pasos en 2007. Le debe mucho a sus colaboraciones con Titus Andrónicus y a esa casta de bandas donde Rock/Punk/Folk forman una única cosa. Sus arreglos con trompetas, violines, violochelos y teclados analógicos juegan al despiste un poco, pero en realidad el núcleo inspirador del conjunto evoca #Me evoca, mucho más a: Twilight Singers, Sparklehorse, Sebadoh. Aunque sus herramientas nos los acerquen en momentos puntuales a los Calexico. Una especie de Rock Road Movie que trapichea con partes urbanas y otras de raíz, siempre desde un punto de vista demasiado básico y primitivo para ser una pose forzada.
La acidez con la que sus letras dibujan la cotidianidad rudimentaria de la America actual: “Conoce a mi esposa, somos como uña y carne, que hemos estado haciendo durante días, ahora estamos de rodillas. Vamos a reducir la velocidad de este ritmo violento y poner la tv. Para ver una cara famosa” en “Domestic Zone”; su tema más largo y ascendente. “MCLIV (Continuity error)” sentenciando sobre parafraseos que conectan directamente con la realidad más cruda. La contagiosa “Phenomenology” que me atrapó en un primer instante con esos redobles, gritados hasta el furor:
 “toma esta toma esta tierra, las palabras que uso en esta demanda. Romper la puerta y mostrarles porqué están equivocados. Mira estos días extraños, los flamantes pecados se la están arreglando para quedarse. Oremos que no es demasiado suave”. Guitarras sangrantes que conectan el Lo fi más primigenio con el Rock multitudinario a base de puro activismo lírico y musical, y un disco que se digiere a bofetadas. Y que por su radical diferencia respecto a los anteriores, ya merece el empeño por ahondar en él.

HALLELUJAH THE HILLS son: Ryan Walsh (voces, guitarras, samples), Nicholas Ward (bajo y voces), Brian Rutledge (trompeta, trombón y voces), Joseph Marret (guitarras, banjo, percusiones) y Ryan Connelly (batería). Llevan a sus espaldas cinco Lp's desde el 2007 y este es el tercero con el suyo propio con Discrete Pageantry tras publicar dos con Misra, contando "Portrait Of The Artist as a Young Trash Cam/2013"; donde se reunen rarezas, singles y material no editado. Desde entonces son más dueños de sus creaciones y en sus composiciones se nota ese cambio: Más fibrado, Rockero y comprometido en cuanto a los textos; tan primordiales como su música. Aunque no han perdido esa identidad amateur y librepensadora de sus primeros discos, donde predominaba un sonido más acústico, de baja fidelidad y caótico, pero eminentemente libre.
Pese a haber publicado dos magníficos discos realmente recomendables, en nuestro país son prácticamente unos desconocidos. Que luego no digas que no te lo avisemos.
FELIZ AGUOSTO!!