Si
algún día la muerte me coge por sorpresa, no quiero ni una sola
lágrima.
Subir
el volumen de la fanfarria, e incinerarme con una Ola de Calor. Y que
ni se os ocurra maldecir lo que pude, hacer o deshacer; como si en el
lecho de muerte yo estuviera repasando la lista de la compra.
Desde
donde estén (mis artistas muertos); no sé si cielo, infierno o
valhalla. Igual se ríen de nosotros, los mortales, todavía en deuda
con la vida. De verdad que no lo sé. Pero tras la pena inmensa al
recibir la noticia el Martes 3 a manos de mi amigo Txarls, del
repentino fallecimiento con tan solo 41 años, de Ricardo Siglfredo Olivarez Swift-Ochoa
aka Richard Swift: A consecuencia de una larga enfermedad y la
falta de recursos para financiar su costoso tratamiento en la sanidad
Americana. Y coincidir por sorpresa y de casualidad con mi primera
escucha de lo que sea, la última producción de lo nuevo (del
bueno), del achuchable y mofletudo de Nathaniel.
Me
prometí escribir esto, más por esa primera sensación al escuchar
por primera vez la nuevas canciones que como ya digo; descubrí de
potra. Que por cualquier manera de regodearme con la pérdida, la
manera asquerosa del desenlace, su burocracia o el comprensible
desasosiego. Y el ostracismo en el que cayó su carrera como solista,
miembro de otros proyectos, o la de productor vista la poca atención
que generó pese a ser un geniecillo de visión espectral
impresionante.
Por
simple obligación de constatar la magia de su felina visión a la
hora de musicar ideas.
Todos
sabemos que si como cantante ya fuiste un futurible don nadie, como
productor, ingeniero o masterizador, en la actualidad. Eres un
fantasma al que solo mencionan los viejos enfermos de la música. A
sabiendas de que la era en la que comprábamos discos desinformados,
tan solo por quien había tras los mandos. A pasado a la historia,
desde que el Mp3 y Mp4 sean ya los tiranos de nuestro tiempo.
Por
eso no quiero que sea, o parezca, el típico muro de las
lamentaciones de facebook. Sino mejor la buenaventura de lo que dejó;
que es mucho. Incluso que sin apenas saber si fue él o la idea de
Nathaniel de girar 360 grados su festivo debut con los Night Sweats
de hace 3 años. Que sea el hablar de un puñado de providenciales
grandes canciones, las que lo tributen y no nos olviden; por favor.
Ni se presignen ni se resignen.
Que
sea como una coreografía de baile con esos ángeles cantando el “que
será será” que lo despidió. Donde se puede escuchar en cada
nota, ajuste y detalle; que los hay a borbotones en este nuevo disco.
En
la riqueza sonora que sustituye a lo intuitivo de su anterior disco y
la paleta variada por donde deambulan estas doce canciones + dos. El
santo y seña más que evidente de Richard Swift de discos como Walt
Wolfman o The Atlantic Ocean.
No
por estilo estrictamente. Sino por ese flow suyo cabaretero y de
variedades que se mestizaba con la onírica psicodélica, queriendo a
cualquier estilo o atmósfera que se le arrimara.
TEARING
AT THE SEAMS es muy distinto al disco de presentación del combo
de Nath; no por esencia, pero sí por estructura.
Canciones
que se multiplican en texturas pese a ser prácticamente los mismos
músicos. Aires de Nueva Orleans en unos vientos contorsionistas como
los que abren el telón con “Shoe Boot” primos de
Johnn Nemeth. Algún vestigio como parte de la evolución del
homosapiens cuando coge velocidad “Be There”.
Pero
en rasgos generales, es el Rythm’blues blanco el que suple la
inercia Soulera y Gospel que dominaba su anterior disco el los temas
más emblemáticos del mismo. Siendo canciones como “A Little
Honey” o “Hey Mama” las que se llevan la
palma, arrastrándonos a la “casi” propiedad emocional Van
Morrisiana. O “Baby I Know” por ejemplo, que tira
sin piedad de esa fibra melódica de la que dicen, tanto costaba
sacar a Nath en sus inicios de cantautor Folk. Cualquiera lo diría.
Hacen
que este disco disfrute de un recorrido infinito, más saboreable y
menos gaseoso.
Tampoco
creáis que hay una obcecación.
“Intro”;
justo a la mitad del viaje. Podría resucitar al bueno de Richard,
quien adquirió seguro, ese flow para la melodía de impacto directo
en su gira con los Black Keys: Puro Funk de negro tizón y suelas
deslizantes son las que engrandecen a este hit ¿tipico?, pero
demoledor.
“Coolin’
Out” es la otra canción donde aparecen los neoyorkinos
Lucius. Dotando de una velocidad y frescura nada desprovista de la
esencia que tan bien maneja Nath y sus Night Sweats.
“Baby
I Lost my Way, (but i`m goig home)” ruge erótica como el
mismísimo Screeming Jay Hawkings o Dr. John empapados en
boogie-woogie. Y aunque el ramalazo Black Keys de “You Worry
Me” de algo la nota, tampoco seremos tan necios para negar
los aciertos de Dan Auerbach; que igual pasaba por allí en espíritu
también.
La
cosa es que, de momento, Nathaniel Rateliff lo hace molón igual que
Dr John en su milagroso Locked Down de hace 6 años. Y claro, para
los que ya colocamos estrategicamente nuestros marchitos cabellos
para eternizar nuestro glamour:
“Still
Out There Running”y sobretodo, “Tearing at The
Seams” que da título al ungüento, y que podría ser esa
plegaria para levantar de su nicho al mismísimo Sam Cooke. Son esa
droga que… sino no nos rejuvenece, por lo menos nos envejece con
agua de rosas.
Es
fácil cerrar los ojos y sentir el amor incondicional por Nathaniel
Rateliff. Que estas canciones provoquen ese sentimiento casi
invisible pero inneglable, de las manos de Richard sobre un material
dispuesto a dejarse querer.
No
ya solo por la permeabilidad que ofrece un tipo como Nathaniel en
estilos madre. También porque la verdadera magia de Richard Swift
era crear un halo, un espíritu, o una marca como motivo de una idea
intangible, sin apenas trascender sobre la compañía. Que flota
sobre todo lo que toca, por muy injusto que parezca que nunca se
apreciara lo suficiente su carrera en solitario. Y tuviera de alguna
manera, que conformarse con la sombra alargada de sus tentáculos
sonoros en aquello que tocaba.
La
de Nathaniel es una de las carreras más impregnadas por su idea de
cómo sonar. Me queda muy corta y desaprovechada su colaboración con
The Shins. Un divertimento su periodo en vivo con Black Keys a la par
que productivo a la hora de salpimentar su forma de confeccionar su
idea de como debe sonar una canción.
Y
su última producción propia con Damien Jurado; versionando algunos
clásicos eruditos. Una joya de disco de un sonido y atmósfera fuera
de lo común; una puta obra de arte que perdura hasta el último y
presente disco de Damien.
Un
epitafio, o a fin de cuentas. Un rastro del que por más que la droga
mediática invisibilice. La marca de agua esa que te perfora el
recuerdo por la pura casualidad del encuentro arbitrario. A MI,
siempre me volcará el corazón al escuchar este disco.
LAS
PERSONAS SE VAN. PERO EL SONIDO, COMO EL DEL VIENTO. PERDURA