lunes, 29 de abril de 2013

CUARTO DE KILO Y MITAD DE PS/2013 (Cuartos traseros, pechuga, lomo, y carpaccio de carroña)




Más de una década ha pasado desde aquel mes de Mayo de 2002, año en el que el PRIMAVERA SOUND daba el pistoletazo como festival alternativo propiamente dicho y de manera más o menos seria. Un año antes ya había iniciado su andadura en un simulacro de primera edición, sin tanto bombo, menos platillo, y todavía titubeante: (Sr. Chinarro, Bent, Los Planetas, Pitzicato 5, Hammond Inferno etc.)


Pero no fue hasta el 2002 que Primavera Sound estableció su campo base en el Pueblo Español; aquel recinto olvidado de la mano de dios que rescataba de nuestra mente recuerdos de excursiones alegóricas con el cole: Espacios de dudosa utilidad que sin saber muy bien porqué, estaban ahí desde siempre; quien sabe si por su dudosa utilidad, o por la inoperancia y dejadez de unos concejales con imaginación y pasión cero.
Las ideas en ésta nuestra ciudad como en muchas otras, tan solo suele brotar por el efecto de la mierda y la supervivencia de colectivos, que sin apenas respaldo se buscan las habichuelas. Con el tiempo y dependiendo del éxito se apunta hasta el más imbécil de los sirvientes del populacho, al que merece más satisfacer con otros deléites. Pero mientras tanto, y sobre todo si las ideas no van acompañadas de esa imagen bonita que se quiere del visitante; es más un - Ahí te pudras, que un - Bueno ya lo consultaremos en el pleno.

La historia de aquellos primeros Primavera Sound fue más de lo primero que de lo segundo, eso sí, la cerveza que colaboró con acierto por aquel primer proyecto fue la idea mejor celebrada, hasta que la cambiaron por la aguada San Miguel y la nauseabunda Heineken de este presente año; sí por supuesto, las cosas pueden ir a peor muchachos.
Si aquella primera edición oficial en el Pueblo Español fue para mi, y supongo que para otros: Una especie de paraíso terrenal donde regresar a los orígenes más domésticos, íntimos, y poco comerciales de la corriente “indie”, que paulatinamente habían desaparecido del FIB. Diez años más tarde han sido suficientes para observar cambios realmente significativos en la filosofía y en el concepto de este festival urbano que es el Primavera S.
Aquella mi primera edición antes de desaparecer de escena en pos de mis obligaciones como padre hasta hace escasos 4 años; me dejaron unos recuerdos imborrables por aquel casi personalizado cartel y por lo a gusto que paseábamos los primeros aventurados por las calles de aquella extraña Micrópolis: Picoteando, de escenario en escenario, sin las aglomeraciones ni bullicios en las que derivó un año después con la histeria de Pixies o en lo que ha acabado por convertirse el Festival... En fin, una experiencia comparable a la de aquel primer FIB en el Velódromo de Benicassin.
Tindersticks, Cinerama, Chucho, Camera Obscura, Echo & the Bunnymen, Pulp, Gonzales, The Zephyrs, Violent Femmes, Spiritualized, o Clen Snide entre otros; completaban un cartel con todo aquello anhelábamos los viejos del lugar: Los que crecimos amando la música rara, como una especie de comuna colectiva pequeña y donde todos nos conocíamos. Lo que parecía no ser un reclamo en los macro festivales más de moda de aquel entonces, para entendernos.



Desde entonces si algo ha caracterizado el Primavera Sound a lo largo de todos estos años, en los que ha crecido según se mire desproporcionadamente para bien o para mal con respecto a ese coqueto formato de 2002; es su siempre sorprendente forma de modelar su cartel, y a su vez su personalidad a base de no ceñirse a lo que hasta entonces se suponía de un Festival indie, alternativo, o como se le quiera llamar. Porque Primavera Sound, si de algo puede presumir, es de dar cabida a tantos públicos como uno sea capaz de imaginar en el excitante universo de la exploración musical (Basta con dar un repaso a sus ediciones).
En su camino han mutado camaleónicamente: Desde lo que fueran aquellos primeros carteles de carácter minoritario en los que se buscaba dar cabida a todo aquel que había abandonado la senda Británica. Hasta las tres últimas ediciones en las que se pueden ver los típicos cabezas de cartel que buscan a una gran mayoría.
Sin embargo y pese a que Primavera Sound han perdido gran parte del espíritu de sus primeras ediciones; donde siempre encontrabas aquello que ningún otro festival se atrevía a traer, o incluso propuestas de las que sabías a ciencia cierta que perdiendo esa oportunidad jamás volverías a ver pasar de gira por el país. Afortunadamente para aquellos que añoráis el espíritu indie de minorías suficientes, todavía se puede seguir viviendo tu propio festival personal escogiendo el camino a seguir. Son tantos los escenarios y propuestas diferentes, que lo podríamos definir como un Festival Matrioska: Un festival lleno de otros festivales más pequeños y anónimos, cada uno con un público bien diferenciado: Quien se apelotona en escenarios mastodónticos sin oportunidad de verle el cerco del sudor a la estrella del momento, o los que prefieren aventurarse a lo desconocido y perderse en el lado oculto del Festival.

Para eso y para otros socorros de los que he de echar mano viendo que se me escapan los días invadido por el sopor, está diseñado este recorrido al que dedicaré este mes de Mayo. Convencido como estoy de que una cosa son los cometidos que uno se proponga, y otra muy diferente lo son si los cometidos se transforman en obligaciones que nada tienen que ver con el placer ¿acaso somos dueños del instinto de hacer las cosas por gusto, o solo queremos impulsar la inercia de la ociosidad, como estímulo de la propia existencia?
Sea cual sea el motivo, me apetece olisquear en aquello que me parece más excitante de este Festival. Por propia necesidad, porque seguramente no haré ninguna crónica los días de labor, y porque si que es útil desencallar aquello que nos va a permitir escapar del gentío de los grandes reclamos: Los pequeños incentivos del Primavera y en definitiva, aquello que hace que espere durante todo el año esos días de curiosidad por descubrir otra manera de disfrutar un festival y vuelva a conectarme a mi verdadera pasión: El reencuentro con viejos amigos y amigas a las que no veo en todo el año, charlas, contacto humano, trabajo de campo. La esencia que hace que uno se sienta vivo, creo ¿no?
Una manera más de subrayar durante lo que queda de mes hasta el día del Festival. En la que iré reseñando escueta e instintivamente aquello por lo que merece huir de los grandes escenarios, sin duda lo que más me llena últimamente: No lo que se que me gusta con total seguridad si no lo que esgrime la duda, ante la posibilidad de despertar algún tipo de espíritu juvenil desvanecido. Lo que nos mueve a no estancarnos como las aguas pantanosas y fétidas de lo previsible.



Para abrir boca, por aquello de que no está bien torturar con un sermón sin tener un mínimo premio al final. Nos acercamos hasta MENOMENA, la banda de Portland en la que caí allá por 2010; un año en el que por fin decidí concentrar mis esfuerzos en darle vida a este blog. En ese empeño tuve que decidir dejar de lado algunas aficiones lúdicas que ocupaban mis largas horas, socializadas, entretenidas, adictivas, pero vacías de nutrientes (aquello que sientes que hace crecer y te ayuda a conocerte).
Uno de los primeros discos que me compré tras largos años de sequía, fue el MINES de Menomena. Un disco al que me unió una sensación de búsqueda parecida a la que yo experimentaba, me imagino que cuando uno decide recuperar una vieja afición olvidada debe encontrar algo que lo motive, ya no sirve encontrar sonidos que le recuerden al pasado, si no aquellos que despiertan una llama de osezno curioso oxidada con los años.

 

De MENOMENA aprecio esa inercia y empuje creativo en el que se dejan de un lado cualquier tipo de asociación o afiliación a cualquier movimiento musical fácilmente reconocible. MENOMENA no funcionan así, por eso sus melodías abstractas sin estructuras musicales normales (compás, estrofa, estribillo) se apoyan en algo tan instintivo como la percusión de Danny Seim. No requieren de los argumentos más comunes del Rock o del Pop, una guitarra con la que identificarnos o un estribillo fácilmente tarareable. Desde su primer disco más o menos identificable “Friend and Foe/2007” ya se rodearon de un halo de disonancias parecido al que esclavizó las primeras composiciones de James en Blanco y Negro/1983 hasta que los echaran del mismo, sin embargo y aunque progresivamente se han ido amansando y volviéndose más dóciles, sobretodo tras el abandono de uno de sus fundadores Brent Knopf; para dedicarse a Ramona Falls, con el que comparten parte del concepto compositivo.

Menomena no ha perdido su esencia exploradora por la que jamás se han esclavizado en busca de una aceptación general, no siendo una banda que haga de la experimentación un arma de doble filo a la que solo se adhieren los esquivos y marginales, ni tampoco son la típica banda que viva del anzuelo de Singles, las remezclas, o atractivos caramelos. Basta con ver la presentación de aquel MINES, para ver que el verdadero anzuelo de ese disco está entre los surcos de sus pistas: No hay créditos, no hay año, no hay folletos interiores, no hay labels coloridos... Solo música engarzada sin apariencias vanas en la que no hay un leitmotiv, ni jerarquía de líder y séquitos. Por eso los instrumentos se intercambian, los papeles de solista, la mecánica varía.
Y la ausencia de Brent Knopf apenas se nota en su última publicación; en la que dicen las malas lenguas que han perdido algo, no se sabe el qué: Unos dicen que el surrealismo arbitrario de sus composiciones, otros que esa chispa extraña de free Jazz marciano, que ya se puede llevar el ritmo de sus canciones con el pie... En fin, su último disco puede parecer de entrada menos hipnótico y enfermizo, pero tiene algo oculto por el que una vez empieza a sonar parece engancharse en un ciclo infinito en el que es muy difícil de salir. Eso también pasa con RAMONA FALLS y... digo yo... Por algo debe ser.
Estarán el Jueves 23 de Mayo en el escenario Vice a las 00:30 si los horarios no cambian. Y son éstos los primeros posits que vamos a colgar en el tablero de corcho del vestíbulo primaveral.

 
  


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