miércoles, 12 de febrero de 2014

TRES TINTOS DE LA MERIDIANA EMILIA ROMAGNA: UN SUEÑO, UN DESEO, Y UN REDOBLE.




 Pasa siempre!! cuando uno empieza a vislumbrar en lontananza los hermosos rayos de sol que se alzan en el horizonte: Siente de improvisto el latigazo traicionero de los últimos coletazos del invierno. Ese es el preciso instante en el que el organismo desarrolla un mecanismo de autodefensa digno de la mismísima Alesia. No se trata de anticuerpos, cóckteles de vitaminas, infusiones, ni compuestos farmacológicos; la imaginación tiene un peso más determinante que cualquier otro método de sugestión o curación.

Empieza a discurrir, y como si el lecho de un río fuese incapaz de contener tantos y tantos sueños, acaba desbordándose a borbotones, e inundando las llanuras de la tristeza y el desazón.
La velocidad del curso de las aguas me devuelve de forma imparable de nuevo a la placidez de Granarolo. Lo siento pero no lo puedo evitar; cerrar los ojos en una noche cerrada, donde no hay luz alguna que contamine la hermosa oscuridad. El único murmullo de las altas copas de los abedules balanceándose al compás de la brisa, o el siseante rumor de los insectos, que buscan como posesos la lamparilla del porche cupulando con el fulgor de la bombilla.
Han pasado más de seis meses y aun me remonta mi nostalgia a mi añorada Italia. O como decía el pasado Domingo nuestro amigo Ton Mata de Recaredo, el país donde los paisajes prevalecen sobre la industria y el avance imparable de la devastación. Uno de esos sitios donde justo al instante de cruzar la frontera las montañas se desnudan de apartamentos, para que la regresión hacia lo austero, auténtico, y ancestral sea tan lógica como los emplazamientos Romanos: En la costa, en atalayas montañosas, o junto a ríos; pero siempre en armonía con el paisaje.


No son muchas las entradas que he escrito a propósito de las catas que perpetramos en las tripas de Vadebacus Rte., y sé que podrían ser innumerables. Pero lo cierto es que después de seis meses de espera, los acontecimientos prenavideños, y lo que supone para un servidor descorchar un trozo de tan grato recuerdo. Los sentimientos paternales sobre aquello que crees parte de ti mismo, son ridículos si se los compara, con el echo de compartirlos con buenos amigos.
Esa sensación de despojarte de parte de tus recuerdos, y la sospecha de que hablar de vinos en una bitácora tan personal, no siempre encuentra interlocutores dispuestos a disfrutarla. Es la que a veces me aterroriza y me desorienta. Pero lo cierto es que he de admitir que sería un fraude y una traición, creer que a los navegantes intrépidos solo les mueve la brevedad de una noticia o la ejecución quirúrgica de una simple nota de cata. Yo no me veo capaz de hacerlas, de la misma manera que no me creo poseedor de ningún criterio tan exacto como para enseñar a nadie, al contrario; aprendo mientras escribo y descubro cuanto más en mano de mis instintos estoy.

Le he estado dando vueltas a la cabeza y he pensado en desestimar la paranoia de anotar cada uno de los vinos que me traigo, como parte de una experiencia. Por eso no voy a dejar pasar la oportunidad de relatar el sacrificio de tres grandes vinos de la EMILIA ROMAGNA; que añoro al tiempo que los descorcho. Una D.O Italiana que sin lugar a dudas no es ni de cerca la más representativa del país transalpino; ya lo son más Chiantis, Barolos, y Valpolicellas. De echo, es una lástima lo poco que se comercializan sus caldos en los comercios de nuestro territorio. En el fondo el rigor de las modas nunca es lo suficientemente fiel, ni tan siquiera con los nuestros propios ¿lo va ha ser acaso con una zona que delimita con lo mejor del Sur y del Norte?.
Así que dedicarle estas líneas, supone para mi más una cuestión de principios o reivindicación, que un simple ejercicio de egoísmo autocomplaciente.



Fueron tres tintos de color impenetrable los que decidí llevarme, después de darle vueltas y más vueltas.
En casa a la espera de una Vinoteca prometida aguardan: Un Riesling de Val Venosta, dos blancos más de la Emilia (Vigna del Grotto y Fiano di Avellino), y tres Barolos: Un Vigna Rocche de La Morra del 2006, un Bricco delle Viole del 2009, y un Barbaresco de Lorenzo Alutto del 2007. Vinos que espero comentar algún día por aquí. Mientras tanto me conformo con haber elegido a bien, tres maravillosos tintos de la poco conocida Emilia Romagna: Dos reservas elaborados con la conocida uva Sangiovese (más conocida en la Toscana); PREDAPPIO DI PREDAPPIO/2009 de Vigna di Generale, LAURENTO elaborado con pequeño porcentaje de Cabernet Sauvignon. Y un singular NAIGAR TÈN/2009 de Gradizzolo, quien eleva a la máxima expresión el denostado Negrettino; una uva desaparecida y arrancada tras la filoxera, que supone para esta bodega un auténtico ejercicio de riesgo y superación.

Los tres son vinos que pude adquirir en mi estancia en los alrededores de Bolognia.
Una ciudad que destaca por la inmensa historia cultural que atesoran sus facultades, y que además tiene un encanto especial sobre otros destinos quizás más atractivos a simple vista: Prevalece su carácter moderno y progresivo en un ambiente desenfadado de sus estudiantes, no está demasiado contaminada por el turismo de tópicos, y por lo tanto podemos encontrar una variada oferta gastronómica y cultural alejada de los precios desorbitados de otras ciudades como Florencia, Venecia, o Roma.
Este detalle tiene su importancia estratégica, pues yo personalmente prefiero alejarme todo aquello que rodea al típico “merchandaising turistero”; en fin raro que es uno. Así que disfruto más de una calle alejada del galaneo artificial y me encanta ver a una ciudad natural; con sus virtudes y sus defectos, pero que al fin y al cabo se nos muestra tal y como es. Es ahí donde te puedes perder por sus calles sin prejuicios. Entremezclarte con sus ciudadanos, y entablar conversaciones sinceras; sin contar la ventaja de pagar un justo precio por su oferta culinaria. Por eso quizás decidí que el mejor homenaje a ese espíritu bullicioso y ensortijado de la Ciudad Roja, era probar los mismos vinos que habían regado mis picoteos y comidas por enotecas, trattorias, y ristorantes de la ciudad.



El primero y el que más nos ha sorprendido a propios y extraños es el NAIGAR TÈN. Un vino expresivo y complejo por igual que además hace gala de un precio imbatible (13 euros), que sin embargo se ha zafado con vigor a otros de mayor prestigio. La uva con el que está elaborado es el Negretto; un fruto único en sus especie en la Emilia Romagna y que se implantó tras el desastre de la filoxera. Quizás por su particular resistencia a las inclemencias y a los hongos, a principios del siglo XX el 70% de las viñas de la zona eran de Negretto.
Lo paradójico del asunto es que han ido desapareciendo progresivamente de los campos, y en la actualidad (posiblemente por los inconvenientes para elaborar vino de calidad), tan solo han quedado unos pocos biotipos. Gracias al Consorzio Vinicolli Bolognesi, quien los ha preservado de un inminente sacrificio el cual ha acabado prácticamente con todas las viñas viejas.
Su aspecto de color cereza picota intenso y profundo intimida como la de cualquier tinto Italiano. Se presienten esos taninos robustos y cerrados a cualquier atisbo de oxígeno sin embargo, el Naigar es un vino de entrada fácil, sin escatimar en absoluto en expresiones de fruta madura. Tiene una nariz pluscuamperfecta y espectral en la cantidad de matices que ofrece: Un impacto de pólvora efervescente, extraña y agradable, el pimentón dulce, los espárragos frescos, el pan tostado, y un tono ahumado que invita a beber.
Cuando se desliza por las cavidades bucales empieza el festival de su amigable complejidad: Se ordena toda la sinfonía de sensaciones, se mastica el mineral y chisporrotea la acidez de su verdor refrescante. Y al final... los tostados y los ahumados que le dan una longitud tan rica se aparean fundiendo nariz y boca.

La verdad es que teniendo en cuenta mi desconocimiento casi absoluto de las bodegas Italianas. Y la aventura que conlleva ponerse en manos de los consejos de una camarera (bien aventurada ella, y yo por sus delicadas atenciones), me puedo dar por plenamente satisfecho. Por el atrevimiento de uno de los regentes Il Caffé Bazar SAS al encomendarme esta rareza Italiana y por que no, a la señora de Gilberto. Quien dispuso que una botella de LAURENTO era la mejor forma de conocer al Sangiovese Romagno. Un vino que tiene un hermano mayor, también reserva aunque de Sangiovese de pies a cabeza. Nuestra pieza en cuestión es un ligerísimo cupatge de su uva estandarte y un 10% de Cabernet Sauvignon.
Un vino fabuloso que tiene una completa web (en Español y todo), y que de entrada a mi me hipnotizó con su curioso perfume de Talco tan bárbaro; nada que se parezca a lo que había probado hasta ahora. Muchas flores al ir cogiendo aire progresivamente, Violetas, Lavanda, y un fondo de Vainilla artificiosa la mar de curiosa. En boca sin embargo es un vino más licoroso y cálido con muchos signos de fruta bien madura (higos, ciruelas).

Es evidente y cierto que las dos primeras botellas dieron tanto juego por su variedad de matices, que acometimos la cata del Predappio con alguna reticencia.
Éste más parecido a lo que esperaba de un vino Italiano, acogiéndome a mi nimia experiencia con Valpolicellas y Barolos. Bastante más cerrado que sus predecesores a mi parecer, y mucho más mineral; valorando la circunstancia de que las tres botellas se abrieron un par de horas antes, y se decantaron. Su entrada en boca más robusta fruto del verdor de sus taninos, y con una mineralidad más propia de los Prioratos; aunque con una carga más alta de fruta.
Decidí decantarlos simplemente porque estoy convencido (quizás me equivoque), que uno de los grandes inconvenientes de los vinos tintos Italianos es la contundencia tánica que tienen y lo que les cuesta abrirse. Puede que esta sea una apreciación apresurada, pero la mayoría de botellas que he bebido han evolucionado asombrosamente a lo largo de la semana. Sobre todo cuando la botella alcanza la mitad, y el vino se empieza a oxigenar. Así que opté por este experimento, quien sabe si acertando o matando el poder alcohólico de su primer envite.

En cualquier caso muchos de los vinos tintos Italianos también tienen una ventaja que los hace únicos, y radicalmente distintos a los Españoles (ni mejores ni peores, diferentes). Son vinos tridimensionales, exigentes, y a la vez auténticos diamantes en bruto a la hora de saber envejecer: Piden paciencia, mucha botella, cambian espectacularmente cuando los liberamos de su encierro, y hay que beberlos como si se tratase de un acto de sexo tántrico; suave y léntamente.
Y ahí señores, es cuando un solo vino puede transformarse como una crisálida en tres vinos distintos; quien sabe si en más.


SALUD!!
http://www.gradizzolo.it/
http://www.umbertocesari.it/es/index.do
http://www.vini-nicolucci.it/ita/predappio.htm

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