sábado, 29 de noviembre de 2014

THE BEAUJOLAUS DAY: CELEBRATION GOOD TIMES, COME ON!!




No, no pongan en duda ni por un momento mi capacidad de dosificar la euforia. Celebrar el alzamiento de telón y la salida al escenario, de en este caso los vinos jóvenes, es tan lícita como buscar en la mochila de nuestro viaje anual, los restos aprovechables de nuestros naufragios personales: Sacarles brillo con nuestro antebrazo, exhalar vapor de nuestra boca, y volver a frotar para que resplandezcan pese a lo morboso de rememorar caídas y levantamientos.
Si hacemos efectiva esa misma misiva o proposición de enmienda, lo importante al fin y al cabo no es el motivo de la celebración; bueno o malo, ya sea motivo de felicidad o de simple nostalgia autolesiva. O si en verdad, hay que buscar un motivo para reunirse en fraternal comuna para conocer aspectos de nuestras naturalezas humanas más allá del - “que majo es”.

Vuelvo a reincidir sin ser capaz de evitar acordarme donde estaba hace un año por estos días: Postrado en una cama de la UCI atravesado por mil tubos y cables, y a punto de salir de un coma en el que plegaba y desplegaba universos paralelos. ¿Porqué será que nos pone tanto imaginar un viaje al más allá o la simple posibilidad de fenecer? Será porque no sucedió lo fatal. Y si estamos aquí narrando estos detalles del pasado y la coincidencia del aniversario, es sin duda porque estamos para contarlo. Pormenores y mejor aun, celebraciones.
Eso sí, entre la posibilidad de ejercer de mártir o disfrutar de la compañía de los que compartimos cariño y herramientas para convertirlo en felicidad, me quedo con lo segundo.

A la llamada grito en boca y pie de guerra de nuestro principal ángel custodio el pasado 21 de Noviembre, Xavi. Pocas son las causas de fuerza mayor que me impididan acudir a la cita. Y es que aunque nuestros encuentros de catas formales y “rigurosas” de cada Jueves sean asiduas e instructivas, no hay mejor manera de estrechar lazos que una cena de hermandad.
Para semejante evento no es cierto que se necesite gran liturgia o un restaurante emperifollado, que va. El vino, ese líquido reflejo de la magia de la naturaleza, el fruto, y el hombre, ejercen un vínculo tan esotérico que es la chispa suficiente, para imaginar un ágape y echarlo a andar. Lo único que se precisa es hambre de aventura, una pizca de inconsciencia y la idea. Cierto es claro está, que los anfitriones tienen en gran medida esa facultad casi mágica del conjuro y los cuatro pases para llevarla a cabo. Pero al final, todo depende de ese mecanismo que se activa y te empuja fruto de la improvisación, el que nos hace la vida un poquitín más excitante y hasta sexual. Un aquí te pillo aquí te mato, como se suele decir.


Tampoco vamos a quitarle méritos al mecanismo que activa la chispa que nos echa a andar el corazón. Que no es otro que el arranque de la temporada de vinos jóvenes, o como se dice en mi tierra, del Vi novell: "Per Sant Martí mata el porc i enceta el vi".
Unos meses de aquí a Navidad, ideales para perderse por la geografía vitivinícola y disfrutar de la esencia juvenil y desenfadada del vino joven. Más aun si somos de los que apreciamos esa explosión de fruta, fermentación todavía palpitante y el echo de que estos pequeños tesoros duren lo que el salmón tarda en desovar; para la primavera empiezan a perder cualidades y vigor.
Pero para ser totalmente sincero, alentados por la promesa de profanar uno de aquellos Riojas que Carlos guarda como oro en paño. Y con el perfume todavía revoloteando de aquel Viña Tondonia del 67 al que dimos debida cuenta un día cualquiera. Pese a que por desgracia no acudiera por indisposiciones arbitrarias. Los que sí pudimos, lo hicimos con la presión y el reto de acompañar ese veterano de guerra, con vinos dignos merecedores de tan magno evento.


Con Xavi & su mujer Montse como inigualables anfitriones, quien en su arte imaginativo del maridaje nos prepararon una cenita arreglá pero informal; como cantaba Martirio. La cosa transcurrió en formato tapa con los siguientes presentes: Una miniensalada de salmón con sus retoños y todo, una crema de acelgas y mascarpone de Parmesano, unos raviolis de morcilla con cebolla caramelizada y textura de tomate fresco (que me inventé en casa). Y para rematar Presa ibérica con crema de ceps, Ternera con crema de escalivada y una tabla de quesos con todas las denominaciones en formación (Idiazabal de pueblo que nos trajo Edu de sus numerosos viajes al País Vasco incluido). Claro, y un Panettone de pasas con un Cava Mestres Visol para rematar.
 

Se imaginarán porqué digo así que uno no necesita reservar mesa en un buen restaurante, para gozar del MOMENTO. Basta con dar los tres pases maestros de la cocinera Montse “Sweet Solanet” en un alarde de Mary Poppins y Abracadabra chas!! No era el supercalifrasqui el que sonaba de trasfondo, sino u “White Horses” Stoniano.


El Beaujolais Noveau de Joseph Drouhin/2014 correteaba por el salón salpicándonos de yogur de fresa a los comensales, frutillas rojas y juventud chispeante. Allí en su casa se sincronizan relojes por esas fechas, y las calles del Beaujolais desperdigan vinos frescos por doquier.
 Un adolescente Titán del Bendito del 2009 intentó en su precoz madurez poner cordura al momento: Un vino de Toro de altos vuelos que elabora un tocayo francés, Anthony Terryn; viajante de tierras francesas, Chilenas, Americanas y Portuguesas establecido ahora en el viejo pago del Jara. Viñas de 50 años que dan un elixir con cerrajón que solo los dedos hábiles de un decantador saben descifrar la contraseña de sus perfumes a baya, a marrasquino, efluvios enfrascados que hacen pensar en un típico Toro tánico y austero. Titán del Bendito sin embargo y pese a sus escasos años de botella tiene botines y no va descalzo: Tiene una entrada deliciosa en boca, amable, de insaciable acidez y con fondo mineral de los cantos rodados donde crece, que se amancilla con cacaos, bálsamo, huya y hoja de tabaco fresco.
Todo un alarde de inmediatez y de prometedor envejecimiento por un precio bastante razonable.

 
Al tanto que correteaban alrededor de los platos en vertiginosa persecución. Tuvo que ser la serenidad de un adulto Jean Leon del 2003 el que hiciera entrar en razón a los cabritillos desbocados.
Jean Leon sigue siendo el rey, y pese a la adquisición de la bodega por Torres hace años, sigue ahí. Siendo el Penedés por antonomasia que conjuga clasicismo, elegancia y puro equilibrismo en la cuerda floja de una D.O que ha sufrido un sinfín de avatares. Una opción que nunca falla y que de manera estoica nos sigue dando uno de mis Penedés preferidos por un precio tentador. Los 11 años de botella le han dado una longitud refinada en boca, un toque afrancesado casi inigualable en tiempo y saber estar: Los toques de pimiento asado del Cabernet Sauvignon brillantes y pulidos, ese color a madera de rosetón maduro y una boca donde casi se puede notar el granulado del mineral, las fresas, el cassis...

Para la bien entrada noche con la seducción de sonidos, suspiros y felicidad conjunta. Tuvimos que acunar a los niños, reverenciar al cuarteado Jean, para que en plena ceremonia fuesen el Priorat Pasanau del 2004 Vell del Coster y un imponente Sot Lefriec del 2003 los que nos enseñaran con la perspectiva de los años, lo que significa el silencio.

Dos vinos de altos vuelos tan distintos a la vez que entrañables, en esa forma de detener el tiempo comprimido en un recipiente de oscuro brillo; como uno de esos trajes de vieja franela. De los que la impresión por austeridad y pocas palabras, nos recuerda a ese abuelo intimidatorio y sin embargo de bondadosa hechura.
Pasanau es uno de esos Priorats auténticos, extremos en el reflejo de la esencia de un paisaje: Sus pendientes extremas, el silencio de sus calles, el trazado de sus carreteras acordes con el capricho de su accidentada orografía, y su belleza exenta de rimel y colorete.

Explosión de volátiles en plena concentración de resinas, epoxy y pegamentos... Inhalas y se abren los alvéolos como las compuertas de una presa saturada de esencias. Los Priorats son así, impactantes, no entienden de prisas y plazos de entrega. Sigues charlando, comentas lo que suena en el reproductor, las bondades de menú nocturno, risas y más risas... Y cuando menos te lo esperas lo tienes ahí. Un vino ya abierto como los geranios al borde del precipicio invernal, y con los escasos rayos de sol necesarios para que se aferren a su floración recia y combativa. Es entonces cuando aparece la golosería de estos vinos; de sopetón y sin previo aviso. Una vez aireada esa intensidad que los ayuda a envejecer en la botella, aparecen las confituras, los frutas rojas maduras, los higos en almibar, las compotas y ese final largo y persistente que va desde el dulzor y el bálsamo, hasta el mineral y las maderas finas.
Todo un goce de sensaciones extremas y radicalmente distintas al resto de vinos que probamos.

SOT LEFRIEC es otra cosa, es como esa vertiente oculta y misteriosa del Penedés. Rompe con todos los estereotipos de esa zona, sin embargo mantiene en un hilo de tensión su tipicidad. Quizás porque sin pretenderlo estamos todavía pensando en determinadas zonas vinícolas de una manera un tanto clásica y predecible. Lo cierto es que igual que pasa con otros tantos vinos de bodegas relativamente jóvenes. Hay otro escenario realmente distinto al de hace algunas décadas: Vinos que se aferraban a una identidad clásica y conservadora, y que se cerraban en banda a las infinitas posibilidades que puede llegar a dar un territorio, sin por ello perder su esencia.

Sot Lefriec es una de esas puntas de lanza con el Cabernet Sauvignon y el Merlot como claves de su identidad, pero con la entrada de las viejas Cariñenas (Samsó o Mazuelo) ha otorgado a las nuevas generaciones otro rango de personalidad. Evidentemente no es solo por ese detalle intrascendente, sino por la verdadera trascendencia de su trabajo en la viña y en sus suelos: Baja producción para aumentar potencial, el análisis y la selección de los suelos y un tratamiento totalmente natural y meticuloso. Por eso y por otros tantos detalles que nos llevan a tiempos muy pasados en los que no había posibilidad de intervencionismo. Laurent Corrió y su mujer Irene Alemany elaboran uno de los Penedés más inigualables de la actualidad.
Un vino longitudinal y fondista que requiere tiempo, paciencia y mucha concentración para descifrarlo por completo. Aun y así resulta hipnótico y tremendamente seductor en la primera cita. Con aromas a moras confitadas, hierbas balsámicas, maderas tostadas y un sinfín más que aparecen mientras se le da tiempo. Boca elegante y muy refinada, estructura perfecta en la que son muchas las notas y evocaciones sin que ninguna sobresalga como para afirmar con rotundidad. Nadie diría que es un Penedés, y estos dos jóvenes avezados han conseguido una extracción tan redonda y generosa en sensaciones, que nadie apostaría con total certeza las posibilidades de evolución que tiene con el paso de los años.
De momento estos 11 que lleva a sus espaldas todavía le otorgan una acidez y tanicidad viva y refrescante, sin despreciar su excelente profundidad.


Mientras los niños ya dormían acurrucados en la panza de los bueyes; donde no nieva ni llueve. Y los más viejos nos enseñaban misterios tan profundos como el Abismo de Challenger. Sonaban los ecos de nuestras voces entre temitas de Nina Simone, Estopa, Serrat, Bregovic, Albert Pla... La música celestial que promueve el vino, la buena compañía y las amistades en una armonía multidisciplinar que te forma. No de una forma académica y estricta, no, más bien relajada a pie de barra de aquellas que uno quiere prolongar y eternizar. Aunque solo sea con un puñado de canciones, una anécdota o una lección testimonial.
FELICIDAD!!
Y es que el vino tiene esa virtud. Agudiza los sentidos que nos otorgó la madre naturaleza: La vista para contemplar, el olfato para evocar, y el paladar para ampliar rangos inescrutables antes. Pero lo más importante es que estrecha lazos y hace de su consumo, un alimento para compartir y disfrutar en compañía.

SALUT Y MUCHOS VINOS PARA CONOCERNOS
 

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