En los
primeros coletazos de este convulso 2017. Donde ya fueran unos
veteranos como The Bats los que sentaran cátedra. Abanderando el
regreso de algunas de las bandas más recónditas de éste, nuestro
universo sonoro con fecha de caducidad.
Es más que
evidente que a falta de revulsivos de buena y nueva savia amargante.
No es que las tortas sean suficientes. Pero seguramente serán las
que (por suerte), salven un año falto de discos donde mojar pan,
rebañar y chuparse los dedos.
Debería
quizás, haber arrancado el final del estío con un escrito
rememorando mis andaduras por las tierras Itálicas. De intensa
licenciatura en Grappas, posos de café y cremosas texturas de
helados.
Porque doy
fe, que en quince días, me he propuesto y aplicado en no dejar una
comida sin su correspondiente espresso, espirituoso y helado final;
como postre. Cuneo, Orbieto, Tarquinia, Roma, Montalcino,
Montefiascone, Bologna, Mantova y Ravenna, han sido las cómplices.
Pero sin más
rodeos que dar, que los 3600 Km aprox. recorridos. Es ahora y antes
de incorporarme a mi sustento laboral, cuando no quiero dejar pasar
un instante más para escribir sobre uno de esos regresos cosecha de
los 90 con nueva y reluciente añada, que más me ha emocionado en lo
que llevamos de 2017.
Los
veteranos Californianos The Blackwatch tienen nuevo disco; de los
veinte que ya llevan a sus espaldas desde el 88. Pese a esa longeva
trayectoria, la banda de John Andrew Fredrick; tras la huida de su
vocalista Steven Schayer a The Chills en el 2008. Sigue siendo uno de
los tesoros más injustamente escondidos de la escena Poprock
americana.
Es más que
probable que algún malpensado crea que su discografía no merece
mucho más que eso: La de la curiosidad por ser uno de esos productos
neutros, que no han sido lo bastante alternativos para llamar la
atención del moderneo, ni lo suficientemente solemnes y de culto
como para por lo menos ser parte de las citas recurrentes e
influyentes. De esos hay muchos: Habitantes del limbo musical poco
promocionable: The Church, Lloyd Cole, Dream Syndicate, Go Betweens,
Diesel Park West, The Clean o The Soft Boys.
Para beber
de estas anomalías ya estamos los bichos raros. Un poco hartos de
los gestos predecibles y del recurso fácil.
Pese a la
rareza de su abandono, y aunque admito que no había vuelto a
escribir una línea desde aquel LED ZEPPELIN FIVE del 2011, que me
los descubrió. Y no porque su posteriores tres discos hayan
desmerecido en absoluto. THE GOSPEL ACCORDING TO JOHN me parece de
una concreción tan absoluta y determinante, que puede que en él
esté la esencia de casi 30 años de su carrera.
Concentrado
y condensado de ese espíritu psicodélico discreto, y con todavía
el alma inicial Powerpopera que le viene de casta Californiana. Este
trabajo lleva con sigo una rabia dulce que hasta podría encamar a
The Church con los Chameleons más accesibles.
Porque no me
dirán que “Whence”; con quien despega este disco.
No atesora la misma bendita hermosura que aquel virginal OF SKINS AND
HEART del cuarteto de las antípodas.
Esos medios
tiempos abrasivos que no llegan a manosear la distorsión, sino que
la acarician. Que no plegan su guiño a la psicodelia en detrimento de
la melodía cristalina; incluso que equilibran con precisión
quirúrgica esa sensación de dulce amargura. Y que elevan “Way
Strange World” al súmmum frágil de unos Bunnymen
directos, y fieles a LA CANCIÓN.
En “The
All-right side of Just OK” reluce la afilada producción de
Rob Campanella (Brian Jonestown Massacre); quien los ha dotado en
esta ocasión de un sonido más contemporáneo y oscuro. Pero es en
“A Story” donde podemos ver a unos Black Watch más
reconocibles. Claramente alejados de sus anteriores trabajos de
sonido más marcadamente Powerpopero, pero igualmente fieles a su
idea de tejer armonías. Si bien es cierto que este trabajo las
guitarras destacan por sus rasgos cortantes y abruptos.
“Jealosy”
y “Oscillating Redux” retoman con clarividencia los
dejes característicos que tanto me recuerdan a Kilbey y sus
muchachos. Aunque seguramente la incorporación del nuevo guitarrista
Andy Craighton sean la razón más clara para que la banda de los
Angeles, suene esta vez tan contundente y demoledora.
“Orange
Kicks” ataca desde abajo, siendo uno de los cortes de altos
vuelos igual que su cierre con la mastodóntica “Satellite”.
Y sin dudarlo un instante, las pruebas más claras de que estamos
ante uno de los álbumes del año. Discos como este, que no se andan
con rodeos sino que exploran con intensidad inaudita las múltiples
vertientes de la Psicodelia, del Rock americano. Y el sinfín de
posibilidades dan los géneros, siempre y cuando sean las canciones
las jefas del asunto.
No es
cuestión ya de calidad, sino de sustancia. Y porque no, la excusa
perfecta para adentrarse en la amplia, rica, imperecedera y
maravillosamente prolífica discografía de esta estupenda banda.
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