Lunes
mansos de primaveras impredecibles y traicioneras. Nubarrones
intimidantes que
a cualquiera arrinconarían tras la batamanta o harían la coartada
de perezosos, más creíble y absolutoria. Y de peregrinos que a
falta de santos a los que venerar, presagiarse o encomendarse si se
tercia, nos damos por
bendecidos con una
buena Voll Damn, un concierto con chicha y su consiguiente debate a
las puertas.
Jonathan,
ese chico que asomó tímidamente la cabeza hace 11 años con su
psicodélica visión del ISLA BONITA de Madonna, nos tenía preparada
una sorpresa. Tan sorpresa y ocurrencia, como aprovechar su estancia
en Barcelona con Roger Waters; quien actuó este
pasado fin de semana. Y
aprovechando sus largos ensayos,
se presentase en la sala Razzmatazz (las 3, la pequeñaja). Y nos
ofreciera, otra perspectiva bien distinta de su temario. Más lejos
de sus influencias Dylanianas y de fluido rosa. Para
llevárselas al terreno de lo barroco y de la música de cámara.
Una
visión, sin embargo, invasora, poseedora, y tan íntima. Que hasta
el más esquivo y refunfuñoso de los presentes por no acompañarse
por la banda, se postró en reverencia proverbial.
Una
sesión que empezó solo acompañado con su guitarra y deshuesando
con acordes firmes y contorsionistas su “Valley
of the Silver Moon”:
Una canción de su disco de debut; quien sería tan protagonista como
omnipresente.
Algunos
presagiaron lo peor; igual sin la preparación para creer. Que un
concierto acústico, distinto y algo suicida. Tiene la misma aventura
que no exigir que el guión suceda según tus gustos. Sino que sean
las canciones y el artista, las que nos lleven como gallinita ciega,
a otros territorios a menudo más dilucidadores y excitantes.
Hubo
una aparición también. La
del guitarrista clásico residente
en Barcelona, JAVIER
MAS: Aquel que de
sopetón apareció
del ostracismo a la realidad, tras su sorpresiva participación el la
gira de Leonard
Coen del 2009 al 2014.
Pese a llevar toda una
vida componiendo y tocando folklore aragonés, o como músico de
sesión junto a Raimundo Amador, Agapito Marazuela, Maria del Mar
Bonet o Carlos Cano entre otros muchos.
Un
señor de 66 años con un exquisito bagaje musical a sus espaldas, y
una no menos riqueza musical en sus manos con la
guitarra de doce cuerdas, la badurria, el archilaúd y el laúd; que
es con lo que apareció esta
misma noche.
Con
los dos sobre el escenario el repertorio levantó el vuelo en lo
expresivo y sensorial, en una especie de sinfonía psicodélica que
recordaba a Vini Reilly o a músicas venidas de oriente. Pero sin
lugar a dudas, como una sesión casi casual, donde las canciones del
músico de Carolina del Norte se descubren de verdad como lienzos
donde cabe cualquier experimento.
En
realidad creo que ese es el verdadero valor de la música de Jonathan
Wilson: Que su mentalidad y manera de expresarse, no están sujetas a
limitaciones. Y por eso sus disco pueden irse de un lado a otro a su
antojo: Al del Folk, a la psicodelia, al funk, al
progresivo o al que le venga en gana. Pero siempre sonando a él, y
no a un intento fatuo por imitar a sus influencias.
“Rare
Bird” a
cuatro manos y cuerdas ilimitadas sonó majestuosa. “Over
the Midnight”
mejoró y arrasó con el más mínimo recuerdo a War on Drugs: Si
a ellos les sobran minutos, a este tipo le faltan. Para rematar con
un mano a mano con “Moses
Pain”quebrando
el más mínimo atisbo de sopor.
Algunos
prefirieron debatir sobre los índices bursátiles, la cruz de
carabaca y la heroicidad de plasmar una instantánea en su smartphone
a costa de robarle el alma a los chamanes del escenario: allá ellos.
Otros
nos ahogábamos en cerveza de rubios cabellos y los acordes que la
peinaban. Nos tumbamos y dejámonos hacer sobre la botonera del
control de sonido. Era un masaje, lo juro. Cerramos los ojos, pues
todo lo que hay que ver se ve con el corazón y son los poros los que
como pústulas sienten
la magnitud que el oído es incapaz. Y viajamos flotando, vaya si
volamos.
Hubo
algún chiquillo al que hubo que hacer callar. Pero en líneas
generales mucho respeto y silencio. Los violines, violas y
violonchelos de la sección que se hizo presente lo exigieron; cuatro
para ser más exacto, creo, desde mi posición retrasada.
“Desert
Raven” de su
incunable primera época, “Sunset
Bulevard” al
piano y con su vocoder, “Me”,
“There’s a
Light” que
fue la única que rompería por un momento el clímax
íntimo, pero como gran temazo que
es, merecía su
aparición a lomos de los violines. Y “Gentle
Spirit” que
volvió a poner las cosas en sus sitio con Javier
Mas y el equipo al completo sobre el escenario,
junto a
“All the Way
Down” y “Can
We Really Party Today”
para poner fin a la
noche.
Dejándonos
con esa clara sensación que se da tan pocas veces en la vida. Y que
sabes a ciencia cierta que no se volverá a repetir jamás, ni de la
misma manera.
Esas
cosas que hacen de la música en vivo y a flor de piel, algo
especial: La certeza de que la música, el momento, el sitio, y lo
voluble que es la interpretación de nuestros sentidos junto a
nuestra memoria, convierta en únicos e indescriptibles los asuntos
de la emoción y el amor.
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