lunes, 13 de mayo de 2013

THE DRONES _ LAS ANTÍPODAS DE LAS ANTÍPODAS EN PS/2013





Lo excitante de la vida no es hacer el mayor número de cosas en el menor espacio de tiempo. Si no observar como la vida nos modula cual dial radiofónico sin cobertura, o como si de un osciloscopio en busca de la frecuencia perfecta nos tratase a lo largo de los años. Podemos estar días sin fin mirando la mancha de humedad en la pared y escuchando las mismas notas una y otra vez, pero nunca será de la misma manera.
Es por ello por lo que no hay año en el que asuma con mayor placer, la idea de enfrentarme a lo desconocido sin plan ni estrategia determinada. Primavera Sound tiene una porción de culpa, y cierto es que hubo un tiempo en el que solo quería aquello que podía manejar con soltura; ahora sin embargo, prefiero que sea el libre albedrío el que maneje los hilos de mi actos. No hay decisión más aburrida que diseñar un itinerario acorde a lo conocido, como dejar de pensar que hubiera sido de nosotros si la casualidad no se hubiera cruzado en nuestro camino.


Si hay algo que debo agradecer a la malsana mente de los programadores del Primavera Sound, no es desde luego la idea del cabeza de cartel como reclamo popular, si no esa serie de artistas a los nadie en su sano juicio se le ocurriría invitar y por los que uno se pregunta: ¿Que carajo hacen estos aquí? Es esa la singularidad de este festival, ese equilibrio tan imperfecto por el cual conviven en un extenso recinto miles de universos opuestos: Aquellos que buscan ritmos desenfadados, también quienes se decantan por la electrónica trasnochada, el Pop relajado, o las guitarras bulliciosas, los pactos diabólicos y cortantes, y... mucho más; todo depende de la idea festivalera que cada uno asuma, o de su idiosincrasia personal. Opiniones y gustos hay tantos como culos y colores: Aquello que nos mueve a algunos por no detenernos tan solo en aquello que flota en la superficie o buscar ya no por cansancio, si no por mera curiosidad; nuevas texturas que echarnos acuestas, meternos entre alma y esqueleto... Definitivamente caminos que surcar sin tener necesariamente que recurrir a los deslumbrantes neones que nos asaltan en cada esquina de la tumultuosa red.



A lo lejos donde no nos alcanza la vista, o en las profundidades donde solo se atreven a meter la cabeza los testarudos, o si se prefiere, los más tercos y esquivos... Se encuentran minerales a veces preciosos; Feos y ásperos en apariencia, aunque su belleza no solo se pueda ver con los ojos o escuchar en sus lamentos desgarrados. Tan solo demandan la serenidad, perseverancia; o el tener un gusto un tanto retorcido y enfermizo para así poder separar la fachada de la hermosura interior. Lo bonito de lo incómodo, lo festivo de lo oscuro... O bien tragarlo todo sin pestañear.



Es el caso de THE DRONES, una banda perdida en las inabarcables extensiones de la llanura oceánica, y de las antípodas musicales. Allí se hicieron a si mismos Gareth Liddiarth y Rui Pereira a finales de los 90, escarbando en el subsuelo de los grandes mercados para explotar las betas extintas por la arrolladora modernidad. Su historia tan peculiar como abrupta, es de aquellas a las que siempre se recurre cuando inexplicablemente una banda con su carisma ha permanecido en el más absoluto de los anonimatos: Cuatro álbumes a sus espaldas, y un puñado de registros en directo, sesiones fruto de un contencioso con su anterior sello; lo que les hizo acometer un lapsus de forzado silencio durante casi cuatro años.




En ese sacrificado camino la banda de Perth (Australia), además de perder algún miembro fundador también han ido creando lo que probablemente veamos sobre el escenario el Sábado alrededor de las dos de la madrugada. Un grupo de Rock abigarrado de cimientos tambaleantes en los que se aposentó una furia inusitada, y del que el paso de los años ha ido transformando, que no cambiando en su modo de transmitir las mismas sensaciones.


En el camino que va desde su debut en el 2002 con “Here come the Lies”, donde las guitarras vibrantes y ondulantes hacían gravitar a Gareth Liddiarth como en a un ser endemoniado en canciones como “The cockeyed lowlife of the Highlands”, cuando tuve la oportunidad de conocerlos hace unos años.
Hasta partes de su asfixiante discurso que se diluían en remansos de raíz bastante más clásicos y accesibles, como los de su segundo disco “Wait long by the river and the bodies of your enemies.../2005”.
El regreso de THE DROMES cuatro años más tarde sigue conteniendo su esencia inquebrantable, donde se sigue vislumbrando esa atmósfera salvaje y atormentada de uno de sus consaguíneos, el señor Nick Cave; de quien no se sabe si habrán ido a medias en el fletaje desde el aislado continente Australiano, o si en cambio se verán mejor representados junto a Tame Impala (también de Perth) según identidades, simpatía, o simple ensoñación.

Yo prefiero imaginarme a The Dromes en mi húmedo y perverso sueño, solos y al margen de cualquiera de las influencias que inevitablemente nos vienen a la cabeza: Sus hermanos siameses Gallon Drunk, Trent Reznor, The Cramps por su legado subterráneo,  Tom Waits por sus abrasivos conjuros, Madrugada por la profundidad vocal y por su tono crepuscular, David Eugene Edwarsds por esa especie de ritual oscuro en el que transforma las canciones; más como plegarias que como melodías al uso. Todos ellos rasgos y parentescos de quien comulga más con el concepto de la teatralidad a la hora de transmitir, que con un coincidencia musical. Puesto que la espiral caótica por la que transitan muchas de las composiciones de este cuarteto tiene en muchos casos más coincidencias con el Punk, el Garaje, el Noise, la perfonmance cabaretesca, o incluso con un Blues arrastrado de ambientes cargados, atmósferas asfixiantes. Dibujando melodías que reptan por nuestra espalda, rebotan en nuestro cerebro disonantes, caóticos, y fustigadores de la idea de la canción, del disco, y de la sensación a transmitir como si de un montaje de la Fura dels Baus se tratase.

Su último trabajo cambia las sacudidas brutas y el Rock herrumbroso de los páramos Australianos, por un ceremoniosidad inquietante y oscura. Por forma y melodía un disco más accesible. Por idea y concepto, una obra para entrar machete en mano o escucharlo con los ojos cerrados para imaginar los bucles de 6 a 8 minutos sin prisa, puesto que las canciones se forman como las tormentas o las mareas: De forma lenta, con desenlace súbito y violento; lo más parecido a una patología infecciosa y bacteriana.
Canciones como “A moat you can stand in” conservan su actitud rabiosa con la que parecen querer medirse en duelo. Pero si hay algo presente y verdaderamente destacable de este disco, es su densidad crepuscular. En la que se presenta a Gareth como un compositor incorruptible pese a sus limitaciones vocales , que suple con una inspiración ilimitada a la hora de construir monumentos de peso y personalidad inimitable.
Vale la pena asomar la cabeza y dejarse caer por cualquiera de sus trabajos, a sabiendas que es tan fácil enredarse en cualquiera de sus facetas; como acabar extenuado y asfixiado por un decálogo un tanto áspero, según la versatilidad del oyente si está dispuesto a aventurarse.

THE DRONES - I SEE SEAWEED_2013 by bboyz1970 on Grooveshark

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WEB DE LA BANDA 

miércoles, 8 de mayo de 2013

RITUALES INICIÁTICOS PS/2013 ORCHESTRE POLY-RYTHMO DE COTONOU





Creo estar en disposición de explicaros algo raro que acontece en las entrañas más profundas de mi carcasa de ser con patas. Patas para andar, extremidades para asir, tronco para flexionar en instantes breves, cabeza... cabeza para... creo que para sintetizar. Aquello que se expande por las ondas y que agita las partículas en suspensión, que rompe el movimiento mecánico de la elipse que crea la mosca que gira, gira, y vuelve a girar en lo alto del salón. Música creo que le llaman, o por lo menos el efecto que la misma crea en el alma.
Son fenómenos extraños y que casi siempre escapan de la teorización de aquello a lo que se le quiere buscar una explicación más o menos lógica. Seguramente porque el ser humano aun en cada vez más contadas ocasiones, se deja llevar de vez en cuando por la naturaleza salvaje, primigenia, y espontanea que nos hizo en algún momento de nuestra historia seres transparentes y naturales como la tierra que nos creó. Es entonces cuando por mucho que uno quiera dictar una retahíla de adjetivos, referentes, u odiosas comparaciones ve que todo se va yendo al carajo progresivamente, al perder de vista el verdadero cuaderno de bitácora del fenómeno en cuestión; ese que hizo de los ritmos tribales algo que cohesionaba sin importar su origen.



Posiblemente sea el Continente Africano, uno de los pocos sitios de éste nuestro planeta donde todavía se conservan esa serie de signos identitarios arraigados de manera intrínseca al día a día: Sus gentes se levantan con música, viven con música, y transpiran música en cada uno de sus actos cotidianos. Aquí es diferente, ponemos de nuestra parte y echamos el resto para fusionar dándole la gracia y el salero occidental con elegancia civilizada, pero nunca como ellos; puede que suene grácil y exótico, pero descafeinado al fin y al cabo.



Este año los programadores del Primavera parecen habernos leído los pensamientos a más de uno, y han echo lo posible porque Afrocubism no quedase en una mera anécdota del pasado año, y nos preparan tres entrantes de lo más apetecibles; entre ellos y de manera destacada está el combo ORCHESTRE POLY-RYTHMO DE COTONOU: Una legendaria banda nacida en un lugar tan diminuto y apartado como BENIN a la que llegué hace unos años de manera totalmente casual a través de AFRICAN SCREAM CONTEST del magnífico sello Analog Africa, un completo y dilucidoso compilado de músicos con base en Togo y Benin, todos ellos de los años70.
A su vez di con este arcaico testimonio mientras rebuscaba por la red pistas sobre Mulatu Astatke; afición la de saltar de rama en rama, cual saltamontes Flip que tanto me gusta para atar cabos sueltos con conexiones dispares de la música. La Road Movie sentimental de Jim Jarmush “Broken Flowers” me puso en marcha, su magnífico hilo musical y una versión de la banda Americano/Camboyana DENGUE FEVER; una muestra más de como se comunican telepáticamente los diferentes estilos, la historia, y aquello que hizo de la raíz Africana un referente desperdigado por innumerables rincones del planeta a propósito de la oscura y desgraciada historia del esclavismo colonialista.
Para bien o para mal la cultura Africana dejó claros testimonios en diferentes puntos del mundo: La comunidad Afroamericana con el Blues, el Jazz, el Soul, o en el Caribe y Latinoamérica con el Ska, el Reggea, los ritmos Brasileños, la cumbia, el Calypso etc etc. Un mestizaje recíproco que la Orchestra de Cocotou como muchas otras hicieron suya en los años 70, devolviendo sus influencias étnicas con el Afro Beat como protagonista.

En cualquier caso la historia de este colectivo con 42 años de existencia no se limita al exotismo de la fusión tal y como la entendemos en Occidente. Puesto que, no fue hasta hace pocos años cuando se descubrió su existencia y  su particular forma de fusionar el Funk, la Psicolelia Vudú, y los ritmos progresivos empapados de Latinidad y Tropicalismo
Sus últimas revisiones tienen no obstante más de lo segundo que de lo primero, como evolución lógica de su sonido en un espectro más amplio dentro de los adeptos a la fusión en Europa.
 
Para descubrir la auténtica curiosidad de esta orquesta, hay que remontarse a los primeros testimonios; teniendo en cuenta que no fue hasta el 2007 cuando los catapultaron en una entrevista de France Culture. En THE VODOUN EFFECT 1972-1975 se puede encontrar su auténtica esencia, un sonido primitivo y tribal rezumante de flow y de grooves infecciosos que nos ponen en contacto con un James Brown o Wilson Pickett surgidos ambos de sus orígenes más ancestrales. Los Loops continuos que nos encomiendan al Progresivo, a la Psicodelia y a esa forma tan singular de impregnar toda su versión personal de los sonidos que importaron los colonos foráneos, de los mestizos, y de su propia cultura; en canciones donde el bajo lleva la voz cantante, y las percusiones invierten el compás como si fueran mensajes endemoniados surgidos de un rito vudú.

ORCHETRA POLY-RYTHMO DU COCOTOU ha grabado recientemente un disco y ha recuperado algunas de sus composiciones desde una perspectiva más latina y accesible (y para mi gusto personal más intrascendente)
El misterio de cual será la orientación de su espectáculo en el escenario del PS/2013 es toda una incógnita indescifrable, como el secreto de su música. Solo decir que en algún momento inconcreto de nuestra vida, vale la pena dejarse llevar por el impulso de nuestro cuerpo y la sin vergüenza, para dejarse atrapar por nuestros orígenes más primitivos. La modernidad es muy chula, pero lo es más, aparcar los prejuicios y saber de verdad entender de donde viene todo. El meollo del asunto para entendernos.
Excepcionalmente con esta entrada tenéis la posibilidad de pedir el AFRICAN SCREAM CONTEST vía comentario, que os enviaré gustosamente. Una manera única para abrir nuevos caminos (instrucciones en comentarios).

 ORCHESTRE POLY-RYTHMO DU COCOTOU - THE VODOUN EFFECT by bboyz1970 on Grooveshark


WEB DEL COLECTIVO

jueves, 2 de mayo de 2013

APERITIVOS PS/2013 CHRIS COHEN_ “OVERGROWN PATH”, O LA PEREZOSA CARRERA TRAS EL FULAR VOLADOR. jueves escenario Vice 21:30





Chris Watson se quedó prendado de una época concreta de la vida, y a su vez nos preñó a todos el día que decidió dejar de lado sus retorcidas colaboraciones, y cargó su mochila con sus cachivaches para emprender su camino en solitario. Igual que esos bollos rellenos de chorizo de las pasiegas, pero con bastante más dulzura se encomendó a uno de esos espíritus que vagan cual alma en pena por los rincones; como la zarzamora, pero con más languidez que dramatismo.
El de ARTHUR BAKER es uno de esos reflejos como el de NICK DRAKE o el de aquel otro SYD BARRET, paisano en el arte de la percusión; reflejos que reverberan en cada rincón de nuestro ignoto universo musical: El encantamiento por los ritmos de la Psicodelia Popética, el Progresivo, el Garaje, el Surf, y cualquier cosa venida de la convulsa década 60's/70's.
Con lo que jodía escuchar a los mayores reprocharnos que todas las modas volvían, se les va a tener que dar la razón; por involución, o por el simple amor a aquellos años en los que la música eclosionaba sin manuales a los que encomendarse.


Los discípulos como Chris, que estudiaron con dedicación arqueológica todo aquello que hizo de aquellas décadas contraculturales, un abono ideal para expresar el libre pensamiento sobre el amor y la ciencia de la navegación espacial, sin motor ni combustible alguno. Florecen con tal avidez y descontrolado criterio, que es menester seleccionar y cribar una y otra vez; aunque solo sea para no empacharse hasta la angustia de aquello que no conoce de la justa medida.
Chris Cohen no arroja más luz que la que ya nos han ofrecido otros artistas de la actualidad en el ejercicio por retratar esos años, pero tiene algo; ya sea su trote cochinero a los tambores (especialidad en la que se maneja con desparpajo), o con una instrumentación comedida de la que es responsable al 100%. Su aparición el pasado año fue sigilosa casi inaudible, pero su receta para elaborar un disco donde el autor de Michigan es el artífice de toda la instrumentación, tiene un mérito evidente. Su sonido tiene tanto del efecto anímico de las estaciones, que parece imposible no asociarlo de inmediato a los acontecimientos meteorológicos de estos pasados y borrascosos días: La lluvia, el letargo, la melancolía, y la posterior explosión de placidez que produce la salida del Sol; deslumbrante y candente sobre nuestra piel.
Un efecto que el ser humano necesita imperiosamente cuando busca en la radiación de la estrella ardiente, aquel impulso palpitante para atisbar desde el sosiego de quien observa con perspectiva panorámica.


Su música atesora esa imprecisa cualidad, de quien teje con zurcidos frágiles un fulard vaporoso sin un empeño obstinado si no despreocupado. Pero con una precisión tan natural como la del Son Cubano o la Bossanova Carioca.
Aunque los primeros acordes caleidoscópicos de “Monad” nos evoquen a los Tame Impala de Jeremy's Storn, su amago tan solo esconde a la Psicodelia como una pirueta para llevarnos a otro escenario; el del Pop soleado filtrado por arabescos, mareas jazzísticas, imágenes de Crooners abatidos, susurrantes trasiegos que ora nos sugieren Rock espacial, ora Funk encorsetado que se traviste con el Pop barroco. El efecto suele ser el mismo, escuchar el rumor de las olas y el cosquilleo de la cálida arena entre nuestros dedos en canciones como: “Optimist High”, “Celler No 99”, “Heart Beat”, o “Rollercoaster Rider”; verdaderas preciosidades que se argumentan por si solas sin apenas necesidad por trasgredir más allá del acorde perfecto y desnudo de sus percusiones, o de las cuerdas tililantes de su guitarra.
Un disco el suyo, perfecto para deleitarnos junto a las rocas impuestas en el puerto del litoral Barcelonés. Donde nos citará un Jueves cualquiera, para todos aquellos que quieran abrir boca con buen tiento.

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