miércoles, 25 de septiembre de 2013

SUEÑOS EN LA ÚLTIMA NOCHE DE VERANO: THE TELESCOPES & ONE UNIQUE SIGNAL )LIVE IN BE GOOD!! 18/09/2013(



Como un mal sueño despierto entre sudores, alaridos, y estertores, pero no, no es una pesadilla con tufo a primera semana de trabajo. Para nada, más bien son todavía los ecos de concierto que como un sopetón apareció en los primeros días de trabajo, con el cuerpo dolorido, agarrotado y tullido por tanta inactividad. Pero con unas ganas en forma de antídoto contra la apatía y con la mirada puesta en un regreso inesperado donde desenterrar a uno de mis vinilos más idolatrados.

Para ponernos en situación deberíamos regresar al año en el THE TELESCOPES irrumpieron de forma súbita el año de su debut, 1989. Años en los que la oscuridad, dicen; reinó sobre las tierras medias, bajas y altas. Donde los ecos del Postpunk parecían perderse en el pasado y nos disponíamos a entrar de cabeza en la añorada década de los noventa bajo el liderazgo absoluto de bandas como Pixies y Jane's Addiction llegadas del otro lado del charco, y con las guitarras afiladas como santo y seña. Años de cambio de paso en definitiva para los cuales parecían estar mejor preparadas las bandas Americanas, en aquello que supuso otra forma de ver el Rock alternativo en general.
Años de revueltas, sacudidas y sublevaciones donde la banda de Staffordshire debutó con TASTE curiosamente con el sello Americano “What Goes On Records” que quebró al poco tiempo y que dejó a la banda con una tirada ínfima de tal engendro discográfico. A España llegó de la mano de Capote, una distribuidora de Barcelona igualmente pequeña y que apenas repercutió en la promoción de la banda.

Un disco cáustico y abrasivo del que apenas si se habló en una pequeña reseña de la publicación Popular 1, donde una tal Alicia era la única que en esta revista de corte Rockero hacía referencia a ese otro tipo de bandas: Oscuras, experimentales, “alternativas” para entendernos. Por eso no deja de hacerme gracia y sorprenderme como al cabo de los veintipico años, ese disco acabase por convertirse en un objeto de culto e incluso a estar más vigente que en la propia fecha de su lanzamiento.
Son extraños sucesos como los de Pixies, My Bloody Valentine o el Psichocandy de J&MCh, que aun entendiéndolos no dejan de extrañarme. Discos que en vida apenas si atrajeron a cuatro ovejas descarriadas del PostPunk y que con los años se han convertido iconos del “indie” más ortodoxo y “auténtico”; el verdadero guía y portador de la exquisitez musical (modo sarcasmo On).
Taste fue un disco tan furioso y demoledor que acabó por convertirse como aquel Psicochandy, en dos obras cúspides del Noise. Con el paso de los años tan solo A Place To Bury Strangers han sabido emular con solvencia esos paisajes emborronados de guitarras hirientes, pedales psicóticos; pero con luz y melodías ocultas llegando a cautivar a un público mayoritario. Aunque sigo pensado que Taste es de largo, uno de los pocos discos donde Punk, Noise, Space Rock y Vanguardia se funden con ese acierto violentamente primario, que solo de da de tanto en tanto.



Así que mi primera sorpresa después de conocer esa misma tarde su visita, y decidir ipso facto no perderme la oportunidad de rememorar uno de mis vinilos más simbólicos. Fue comprobar la cantidad de gente que se dio cita, teniendo en cuenta que la mayor parte de la ciudad estaba más por el debut del Barça en Champions. Y yo que pasé años enteros sin poder compartir las virtudes de ese debut hasta el olvido.
La mayor parte del público, viejos veteranos de aquella movida “indie” ahora renegada, los más granado de la crítica musical, y algún despistado. Una gran luna llena coronando un territorio inhóspito que convirtió la Sala Be Good en un escenario de lo más singular. Y los primeros acordes de ONE UNIQUE SIGNAL que empezaron a sonar pasadas las diez de la noche.

La joven banda de Londres que empezó a desgranar su primer largo “Aether/Genepool Records_2013” lo hizo con una profesionalidad y seriedad fuera de dudas. Sus credenciales fueron en un primer momento un Noise Rock fuertemente impregnado de Krautrock experimental, pasajes que a mi personalmente me recordaron a los primeros Beef, a Sonic Youth, e incluso a Mogwai. Y que fueron derivando progresivamente hacia un Noise más espacial y menos mecánico; trallazos impávidos que fueron emergiendo lentamente, y que hacia el final del set tenían a la poca y valiente audiencia totalmente de su parte. Con menos trascendencia que unos mediáticos TELESCOPES, pero con una identidad prometedora, teniendo en cuenta que lo suyo es algo que la mayoría cree ya explotado hasta la saciedad. 
 
Pues bien, aunque muchos de los allí citados desconfiaran de la solvencia de unos desconocidos One Unique Signal. Fueron los que al final demostraron que el Noise y todas sus derivaciones, que van desde el caos hasta el progresivo más espacial y psicodélico; pueden y deben explorar texturas prescindiendo del estruendo y de la insoportabilidad, donde es imposible distinguir un bajo de una batería, y tres guitarras que van cada una a su bola. Ellos lo demostraron y con creces, trabajando armonías donde todo se sostenía sobre tres guitarras perfectamente arpegiadas, y donde las voces secundaban muy esporádicamente como cánticos dadaístas. Y rematando con una grata sensación de consistencia y de credibilidad, sobretodo con humildad y seriedad.
El joven y líder de la banda Byron Jackson jugueteaba con los pedales creando las texturas de un noise de libro. Y Nick Keech y James Messenger lo secundaban construyendo una base que iba variando de intensidad como la levadura de un pastel que crece y decrece en función de las necesidades.
Todo lo contrario que The Telescopes, o mejor dicho que Stephen Lawrie, porque del resto de la banda no se volvió a saber más después del giro conceptual del líder hacia los farragosos territorios de la Psicodelia Experimental en 1992. Stephen Lawrie se quedó solo, y solo se presenta en esta gira Europea; bueno, con el apoyo de One Unique Signal que ejercen de secundarios y espectadores, puesto que el señor Stephen parece ir por libre.
Tras un breve receso donde el flujo de público aumentó considerablemente, y los madrugadores salimos a echar un pitillo. Apareció sobre las once pasadas Stephen Lawrie armado con un bolso tipo “portaportatil”, como quien se dispone a ir a la oficina: De semblante serio, y ya sin su peinado característico de teenager revoltoso subió al escenario. Las proyecciones eran las mismas que acompañaron a todo el recorrido de O.Unique.S en su riguroso teloneo: Ondulantes, inquietantes, loops sin fin, secuencias de rostros angustiados, sombras chinescas... Solo necesitó cuatro acordes para certificar que desgraciadamente el sonido había subido hasta límites inaceptables, los acordes se entremezclaban con los grabes, y costaba distinguir los instrumentos a tenor de que “la potencia sin control, no sirve de mucho” como rezaba en aquel anuncio de neumáticos. O que el Noise en su traducción literaria no tiene porqué ser solo ruido sin sentido; existen los matices y por supuesto las buenas y las malas ejecuciones.
Lo que si comprobemos es que la furia que salió de la boca de Stephen en forma de alarido, nos confirmaba mejores augurios de lo imaginado, y nefastos en fatal desenlace.


Como si de una ceremonia donde parecía invocarse algún tipo de espíritu perdido en lo más profundo del purgatorio. El set inicial comenzó entre acordes interminables, gritos desgarradores y tensión, mucha tensión; parecían buscar un clímax inconcreto entre lo angustioso y lo sacramental. Y claro, el respetable asumió como quien vende se alma el diablo, que era solo eso: El preludio de una definitiva explosión de guitarras hirientes y cáusticas.
Lamentablemente entre tanto ceremonial, catarsis y trance. el espíritu apareció; vaya si apareció, con la mala pata de que solo era eso, el espíritu. Porque... y advierto con esta rotunda afirmación, que quizás tan solo sea el gusto personal y parcial de un servidor. O que mi percepción del espectáculo, fuese fruto de la pasión con la que me llevaron mis pasos hacia aquel lugar. The Telescopes aquella noche solo fueron la sombra o los restos putrefactos, de un pasado momento de gloriosa inspiración animal.
Y he aquí el posible meollo de tal enfoque particularísimo. Que digo yo y ya me lo he dicho a mi mismo miles de veces: - Que-no-se-pue-de-ir-a-los-con-ci-er-tos con-las-ex-pec-ta-tiiiivas por-las-nuuves!!. Que no!! Coño!! Si ya me pasó en aquel concierto de James/Radiohead del 93, y estuve años sin poder volver a escucharlos.

Y créanme que estoy al tanto de que somos los únicos bichos que tropiezan con la misma piedra, e incluso de aceptar que es tanta la devoción que le proceso a Taste, que cualquier trabajo posterior de ellos siempre me ha parecido una búsqueda del mojo inútil o un empeño personal de su líder.
Me acabé comprando su tres siguientes 7”: “Celeste”, “Everso”, y “Flying” pero nunca llegaron a alcanzar la estela de la espontaneidad de Taste, o de aquel oscuro Ep encabezado por “To Kill a slow girl Wlking” de Cheree Records. Tanto, que acepto la posibilidad de haber acudido al concierto con una cierta ilusión tan adolescente, asumiendo la posibilidad de que mi objetividad no sea tal; basta recordar las miradas trémulas de la platea, y apuesto que aquella noche fueron varios los conciertos distintos que cada uno vivió a su manera.
La mía personal fue humo, un humo que surge con tal fuerza que hasta intimida pero que se desvanece a la más mínima corriente de aire. Hasta me pasó por la cabeza desechar la idea de escribir sobre el concierto. Y no crean que fue en realidad una decepción mayúscula de aquellas que te vas a la cama con un vacío en el estomago, no por dios!! Fue una mirada panorámica en la lejanía, de quien observa los echos sin tan siquiera inquietarse, esperando un desenlace previsible:

Dominaron durante más de media hora interminable temas que pudieron ser uno solo. A ratos parecía querer despegar, y de repente volvía a caer en un lamento de distorsiones, capas, y agonías vocales; un enorme agujero negro del que parecían no poder o querer salir. Como es normal la gente empezó a impacientarse, algunos se batían en retirada hacia posiciones atrasadas, otros esbozaban una sonrisa entre lo histérico y lo resignado, y sí, había otros que concentraban su mirada como en un intento por entrar ahí donde no había cristo que entrara; el universo personal de Stephen Lawrie, de echo creo que ni los músicos eran capaces de seguirle el paso e improvisaban.
De repente sonó salvadora “I fall, she screams” y “Violence”, y se le iluminó la mirada a más de uno; creo que alguno lloró de esperanza. Pero es que sonó tan terriblemente mal, que convirtió las guitarras clohorídricas que emulaban violines derretidos y los mazazos de la batería, en el paso lento de un elefante hacia el cementerio. Cuando el público parecía haber recobrado la sonrisa, vuelta al agujero negro.
Hubo hasta un amago/simulacro de abandono que hasta agradecí y que parecía la gota que colmaría el vaso acabando con la paciencia de más de uno. Error, solo fue a evacuar y regresó como si de un golpe hubiera perdido la memoria, porqué volvió para recordarnos lo poco que le gusta cantar y lo que le encantan los pedales. Otros veinte minutos insufribles, tediosos, con un temario más cercano a Esplendor Geométrico que a una banda de Noise; además no fue solo eso: El echo de que yo personalmente deteste esta faceta experimental en la que está empeñado últimamente. Y que tan poco se parezca a mi vago recuerdo de lo que fueron THE TELESCOPES.

Pero es que una de dos, ya sea por valentía o por arrogancia, no creo que a ninguna “no-banda” que regresa desde el Flegetonte, se le ocurra machacar tras unos cuantos años de silencio y otro montón de ostracismo, con algo por lo que no son recordados.
Y releguen a una simple anécdota su repertorio más significativo y relevante de su carrera. Porque si bien es cierto que las canciones se pueden alargar hasta la eternidad lo que al autor le plazca; en una posible búsqueda del clímax perfecto donde los espectadores sucumban a un loop infinito y álgido. Pero si eso no ocurre, el efecto es el contrario: El público pierde la atención y acaba por convertirse en una verdadera tortura.
Pese que cerraron a regañadientes y con cierta desidia con “Suicide” y una descafeinada “Silent Water”. Se quedaron en en el tintero grandes canciones como: “Suffercation”, “The Perfect neddle”, “To kill a slow girl Walking”, “Everso”, “Please before you”, o “The Sleepwalk”. Al margen de lo insufrible de su discurso monotemático, donde parecía incapaz de recordar aquello que hizo de Telescopes: Una banda de un Noise visceral abrumador y no apto para “indies” de pasarela. Y que además tuvieron el descaro primigenio de reivindicar aquello con lo que todos nos llenábamos la boca de elogios, pero con total sinceridad pocos fueron los que la acogieron sin titubeos.


Lo que es innegable a todas luces es que Stephen Lawrie vive en un universo paralelo donde el embrión y la significancia de los primeros Telescopes solo figura como una mera herramienta de reclamo. Y su actual regreso cava la tumba más honda en vez de ensalzar sus virtudes.
Puede que sea una evolución natural, puede incluso que gane nuevos adeptos, que los antiguos nunca existieran o se olviden de su abrupto recorrido. Pero dudo que THE TELESCOPES lleguen a ser aquello que se gestó por pura indisciplina activista. Es más, me atrevería a apostar que ni tan siquiera él se hizo una idea del engendro atemporal que llegaron a parir aquel 1989.

Por suerte muchachos, con el tiempo son los discos los que perduran y conservan la chispa inspiradora del momento. Los autores los defienden con mayor o menor suerte, y a veces ni eso. Pero es evidente que este fiasco no va a cambiar en absoluto mi concepto por aquella banda, que prendió fuego al impresionismo sonoro más hermosamente inconsciente.
THE TELESCOPES - TASTE by bboyz1970 on Grooveshark

lunes, 16 de septiembre de 2013

THE OLMS IN KCRW_ 5/06/2013




Retomamos una sana y porqué no admitirlo, vaga costumbre. Porque como es evidente hay cosas que merecen una ristra de palabras, tecnicismos, evocaciones y parábolas filosóficas, para al fin y al cabo convencer al público de lo realmente bueno que es algo que al que escribe ha emocionado; vamos una especie de conjuro colectivo argumentando las bondades de aquello como de que “la letra con sangre entra”...
Patrañas!! porque discos como los de THE OLMS, de los que estoy seguro a muchos pueden parecer un ejercicio más de Folk soleado, y una excusa suficiente para apartarlo por falta de absoluta modernez. Solo los honra el camino secreto que hay desde el oído hasta los sentidos y que mejor se representa sobre un escenario.
Y ahora hagan como si cierran los ojos, denle al Play, y dejen que trabajen por si solos esos sentidos desinhibidos que no entienden de estilismos.

jueves, 12 de septiembre de 2013

HORACIO FUMERO TRÍO EN EL JAMBOREE, Y EL HECHIZO DE LA NOCHE_10/09/2013



Las noches deberían parecer todas idénticas pero no lo son, al igual que los días: Con sus Soles, sus silencios, sus bullicios... Las Lunas también cambian, y con ellas las noches. A veces son los ojos con que las miramos, otras en cambio es el latir del corazón que parece querer sincronizar, acompasar y fundirse con el de la ciudad y con el mismo resplandor de palpitante del satélite iluminado los que hace que esa noche, por inexplicable e incomprensible que parezca; sea diferente.
Aunque los seres humanos nos empeñemos en contagiarlas con el insoportable ruido del día, las noches siguen siendo distintas; calman, amansan, nos seducen, y consiguen con un encanto inigualable que todo aquello que nos atormentó, soliviantó, y violentó durante día; se conviertan en meras anécdotas intrínsecas a la insolación y en marionetas que controlamos a nuestro capricho, cuando cae la noche.



Así y de esta forma, con la insoportable carga de la actualidad sobre nuestras tuñidas conciencias. No hay mejor antídoto para calibrar y atemperar nuestra perspectiva, que sumergirse en las tripas de un lugar tan apartado de las mareas cambiantes como lo es el JAMBOREE de plaça Reial. Una sala que casi en pie por la caridad artística y por la inspiración vocacional.
No es que queramos darle o quitarle la razón a nadie, al fin y al cabo ¿que es la razón? si no un síntoma inequívoco de nuestra facultad como seres superiores de razonar; o al menos de ello nos vanagloriamos. Hay cosas como la música y las expresiones artísticas, que no atienden ha razonamientos técnicos. Tan solo son efectos sintomáticos de comunicar con nuestro cuerpo, sentidos, e inspiración; lo que nos dicta el alma. Quizás de lo poco en lo que todos o casi todos estamos por unanimidad de acuerdo.
Así que el echo de que una noche cualquiera como la del 10 de Septiembre. Las casualidades que nos brinda el criterio arbitrario de destino, nos convoque a Hermanas, Cuñados, hijos y al espíritu Santo ; incluyendo a la taquillera de la sala a quien solo faltó celebrar la asistencia de Padres, Yernos y criaturas alborotadas, a una sesión de Jazz adulto.
Tan solo es atribuible a la Noche, a la Luna o a ese extraño efecto que hace que cambiemos las cosas por el destino o por nuestro empeño de que nada sea como marcan los cánones.


Un honor de sesión a las que uno debe dar gracias a la vida porque ese tipo de cosas sigan ocurriendo a espaldas de la multitud:
Horacio Fumero quien desde hace treinta y pico años reside en la Barcelona hospitalaria, contrabajista de historial reconocido (Gato Barbieri, Tete Montoliu y un sinfín de músicos, que por mi ignorancia no me atrevo a relatar). Su hija Lucía Fumero al piano y a las voces. Y el percusionista Pablo Gómez quien participó en un viaje con su cajón y cachibaches. Y donde los ritmos latinos se entremezclaron con la Bossa, los Boleros, y la nostalgia Porteña que rezuman las composiciones de este arrabalero Contrabajista.. Quien abrió con “capullito de alelí” y que fue desgranando entre composiciones propias, y adaptaciones de Gilberto Gil junto a otras de autores Brasileiros y Argentinos, y un emotivo cierre con una espectadora de lujo a la voz, Maite Martín.

Un paseo melancólico que supo situarnos en ese lugar imaginado de las ciudades y las vidas de paso, donde el Jazz latino se convierte en un vehículo inigualable para los que como yo, somos amantes de autores como Astor Piazzola o los ritmos Bossanova. Y por el que debo dar gracias a esa serie de sucesos casuales y sobretodo a mi cuñado, de quien me separan aspectos generacionales, que luego siempre acaban encontrándose gracias a nuestro amor por la música. Los mismos que nos redescubren como personas moldeables y hambrientas de sonidos e historias, sin intermediarios que nos condicionen.

Un final feliz, para una historia que se urdió como un plan imaginado entre bocado y trago de cerveza en La Castanya. Allí es donde surgieron benditas reflexiones como aquella idea que albergaba yo de jovenzuelo, en la que no entendía como mis cuñados amamantados en la más pura de las psicodelias y metaleras de las músicas; años más tarde podían abrazar al Blues y a la música de raíz, como a sus verdaderos padres: Los años nos moldean como las ramas de una trepadora que busca donde asirse y escapar hacia el cielo. Y nosotros lo hacemos a nuestra manera, sin cerciorarnos que todo es tan natural y casual, como sucumbir al embrujo de la noche y probar suerte con el destino acudiendo en pleno Raval a una sesión íntima con nuestros hijos.


La historia acabó un poco como el “fueron felices y comieron perdices” de los cuentos. Y la Luna emborronada por las nubes, fue testigo de una alternativa doble: La de mis hijos como espectadores de un Jazz liberador; sin saber si hoy en su primer día de colegio entrará a formar parte de un recuerdo inolvidable que ilustre su redacción de principio de curso, o se evaporará como otra que les contemos en nuestra futura vejez. Y la de la hija de Horacio Fumero, llevando de la mano a su padre en un repertorio Jazzístico a aquellos terrenos universales de la Bossanova, del Latin, de la canción y el Chá cha chá. Donde todo se entremezcla, y felizmente lleva a un equívoco, aquel artículo de Diego A. Manrique que leí horrorizado hace unos días y que se cierne tenebroso sobre nosotros.
Todos sabemos que por desgracia, ésta es la excepción que confirma la regla; hagamos lo posible porque así no sea. Y que no dependa de salas como Jamboree, donde sean promotores, artistas y espectadores los que hagan de trapecistas sin red en conciertos de solo 8 euros y para todos los públicos.