lunes, 18 de agosto de 2014

#TARDES A PIE DE NEVERA (Cinc5): HALLELUJAH HILLS, su “HAVE YOU EVER DONE SOMETHING EVIL_2014 Y OTRAS HIERBAS”





Creo haber llegado ya a mi destino con el único propósito de hablar de música y encontrarme con mi origen fraternal. El lugar donde se maquinó mi existencia y donde los recuerdos fugaces en forma de flashes se amancillan con las Perseidas. Y claro, si uno no ha perdido el hilo de tan curioso viaje: recostado sobre sofá, con las piernas bien extendidas y un baso grande rebosante de té verde frío en las manos. Sabrá que todo es fruto de la imaginación, que como bandera enarbolamos cuando el tiempo se desgasta sin mal revolver con el que matarlo.
Aquí a las puerta de Villagordo me hallo preguntando puerta por puerta por los ancestros de los meones y los canalejas. Esas etiquetas tan graciosas, veraces y crueles que estudian etimológicamente el mote como afección descriptiva familiar en los pueblos de mi geografía. No siendo mi curiosidad otra la de volver a rememorar instantes desperdigados sin conexión aparente, tan solo por la gracia de reconstruir aquello que la memoria disemina. ¿Será verdad aquello que dicen de la memoria y la edad? Que cada uno hace el mundo a su capricho anudando lo poco que retiene, y recordando lo que verdaderamente le interesa.
Siendo un sí o no la respuesta, siento una necesidad imperiosa por machucar una y otra vez esos flashes memorabílicos; a ver si así se me quedan por siempre.


Del pueblo de mis padres donde pasé tantos y tantos veranos desmigajando el tiempo, aquí que pasa con una velocidad tan insólita como perezosa. Que las criaturas se tornan madrugadoras o noctámbulas huyendo del calor infernal que brota del asfalto en las canículas. Sabrán que me estoy refiriendo a un pueblo recóndito cualquiera, de los muchos que se esconden tras las lomas olivareras de Jaén. Y es curioso que el de mis padres siempre me haya parecido un lugar extrañamente aislado, pese a los escasos 22 escasos kilómetros que lo separan de la capital. Como si el río Guadalquivir y las lomas que lo circunvalan, se hubieran cerrado a cal y canto hace años, como una especie de fosa medieval.
Cuando yo lo visitaba cada año tan solo salía cada hora una viajera hacia la cardenalicia capital. El acento de sus nativos y las costumbres era tan cerrados, que parecíamos a miles de millas de distancia; y sin embargo flotaba una distensión y felicidad en sus parajes sin igual. La misma que la infantil inocencia que por entonces me poseía. De mis primeros veranos con ocho años escasos guardo como fogonazos curiosamente dos o tres recuerdos que nunca me han abandonado; de un puñado menos trascendentes: El ver a dos críos matar a golpes dos pequeños gatitos, el contemplar en un agujero en el campo a una gigantesca Tarantela, y verme observando por el agujero de una vieja portachuela de un corral a un enorme carnero: Se vino contra mí, contemplé aterrorizado como golpeaba la puerta, y días más tarde como lo sacrificaban, lo despellejaban y fileteaban.
No sé si traumáticos, pero esos tres momentos los recuerdo como si fuera ayer, y sin embargo han pasado 36 largos años. 
 

Como tampoco sé con exactitud si las parábolas, elipses y rodeos que me llevan a escupir esas trazas inexactas de mi pasado, guardan alguna relación con una banda de la que debería haber escrito hace dos años. Quien sabe, igual estoy bajo el influjo de Rustin “Ruhst” Cole y la absorvente, oscura y pantanal historia de True Detective.
El caso es que estas líneas debían el pasado año haber sido para “No One Knows What Happens Next/2012/Discrete Pageantry Rcords.”; el disco que me abdujo con la ayuda de la viral “Get me in a Room” a su pasional universo. Pero es que mi introducción a esta banda de Massachusetts ha sido lenta, tardía y muy muy pausada, como aquellos viajes insomnes hacia las praderas de los opiáceos: Esas dos primeras, festivas y eufóricas canciones (Get me a Room y Nightingale Lighting), que luego acaban desembocando como un salto de agua en un remanso que se absorbe y metaboliza lenta, lentamente. Y que acaban dando lugar a una banda, en la máxima expresión de la palabra, que se tambalea temblorosa pero firme sobre la cuerda pendular del Rock, el Folk como himno agitador, o en definitiva la canción como arma de doble filo.
Esa ambigua imagen de colectivo donde sobresale su ariete Ryan Walsh (The Stairs), nos puede dar infinidad de lecturas, sin que ninguna de ellas sea del todo exacta: Ese tono de Folk Irlandés donde cuerdas y metales exorcizan una especie de revuelta de hermandad secreta. Ese envoltorio típicamente Americano lleno de rugosidades, asperezas y filos cortantes también puede ser un texto de Brailei donde descifrar mensajes excitantes. Pero al final de todo, alejándose hasta capturar el encuadre, la perspectiva o el ángulo, el sonido de Hallelujah The Hills se puede resumir como un ente vivo, multidisciplinar y tremendamente regenerador. Cuando los escucho siento que nunca se escucha de la misma forma; agitan y amansan. Si ese disco parecía por momentos redentor, conciliador cuando sonaban “Hello, my Destroyer”, “Dead People's Music”, “The Game Changes Me” o ese precioso “Care to Collapse” con la compañía de Marissa Nadler. En otras ocasiones más catártico o psicodélico en “People breathe into other People”. O volvían a rematar con esas fanfarrias de felicidad infinita y libertaria como en el principio, cuando cierran de un portazo con “Call Off your Horses”. Lo que a uno le queda al final es un organismo vivo que sube, baja, regatea, salta y se retuerce hasta engancharte por los mismos machos.



Dos años más tarde sin excusa que valga ni arrepentimiento alguno, al amurallar este raro mes de Agosto con otro TOCHO más de los míos. Lo único que puedo argumentar en mi defensa, es que son pocas las palabras que dedicarle a una banda que me exfolia como pocas. Me regenera y hace que las comparaciones odiosas sean tan solo eso: Excusas con las que explicar algo que se escucha y no se explica. Que se digiere sin las prisas de asimilar algo por pura bulimia, donde los ganchos comerciales son las únicas armas para pedir turno ante la vorágine de la gula popular.
Quizás por eso su último trabajo “Have you Ever done Something Ever?/2014”, es mi especie de Sancta Sanctorum donde rebuscar por esos pedregales que te exigen destreza al caminar con tus desnudos pies. Un disco que suena puramente instintivo, que rezuma rabia, energía y felicidad por partes iguales. Y en el que los Bostonianos tocan como si la operación de amigdalitis a su cantante Ryan Walsh, fuese ese único pretexto para cantar en grupo esos himnos incendiarios como si no hubiese mañana.
Entrar por la puerta del trabalenguas “We are What we Say we Are” sin acojonarse, lo asumo como posible. Aunque solo sea porque nos han adormecido tanto oídos y paladares, que si no hay una tonadilla bailonga y discotequera nos vamos pata abajo. Quizás hemos perdido esa capacidad de extraer belleza, poesía y melodía del salvajismo, con lo duchos y paladines que fuimos en los 90. Ese paso marcial de gran Oso, esas cuerdas indelebles que entumecían los dedos de los grupos, y esos tambores que sin tregua obligaban a darlo todo. Ese mismo disfraz de Grunge onírico con el que nos dan mano estos corredores de fondo; despreocupados como están ellos por las apariencias.
Do you Romantic Courage” o “I Sand Corrected” a pulmón abierto de par en par, coros a doquier y mucha mucha euforia invitan. Puede que los más accesibles del disco, aunque dudo que sean golosinas para adolescentes. Yo me quedo con la majestuosa “Pick up an Old Phone”, puro crescendo; y ahora viene cuando los comparan a Arcade Fire, y yo es que me troncho. Como si no hubiera banda sobre la faz de la tierra capaz de producir ese efecto primitivo de camaradería sobre los oyentes: Ese echar el brazo sobre la espalda de nuestro compañero y entonar el “Down all the Days” de THE POGES, junto a ese legado de Folk Rock Anglosajón tan perenne en los ancestros Bostonianos de Hallelujah the Hills.


La rotundidad con la que su quinto y último trabajo actúa en el subconsciente, desde sus primeros pasos en 2007. Le debe mucho a sus colaboraciones con Titus Andrónicus y a esa casta de bandas donde Rock/Punk/Folk forman una única cosa. Sus arreglos con trompetas, violines, violochelos y teclados analógicos juegan al despiste un poco, pero en realidad el núcleo inspirador del conjunto evoca #Me evoca, mucho más a: Twilight Singers, Sparklehorse, Sebadoh. Aunque sus herramientas nos los acerquen en momentos puntuales a los Calexico. Una especie de Rock Road Movie que trapichea con partes urbanas y otras de raíz, siempre desde un punto de vista demasiado básico y primitivo para ser una pose forzada.
La acidez con la que sus letras dibujan la cotidianidad rudimentaria de la America actual: “Conoce a mi esposa, somos como uña y carne, que hemos estado haciendo durante días, ahora estamos de rodillas. Vamos a reducir la velocidad de este ritmo violento y poner la tv. Para ver una cara famosa” en “Domestic Zone”; su tema más largo y ascendente. “MCLIV (Continuity error)” sentenciando sobre parafraseos que conectan directamente con la realidad más cruda. La contagiosa “Phenomenology” que me atrapó en un primer instante con esos redobles, gritados hasta el furor:
 “toma esta toma esta tierra, las palabras que uso en esta demanda. Romper la puerta y mostrarles porqué están equivocados. Mira estos días extraños, los flamantes pecados se la están arreglando para quedarse. Oremos que no es demasiado suave”. Guitarras sangrantes que conectan el Lo fi más primigenio con el Rock multitudinario a base de puro activismo lírico y musical, y un disco que se digiere a bofetadas. Y que por su radical diferencia respecto a los anteriores, ya merece el empeño por ahondar en él.

HALLELUJAH THE HILLS son: Ryan Walsh (voces, guitarras, samples), Nicholas Ward (bajo y voces), Brian Rutledge (trompeta, trombón y voces), Joseph Marret (guitarras, banjo, percusiones) y Ryan Connelly (batería). Llevan a sus espaldas cinco Lp's desde el 2007 y este es el tercero con el suyo propio con Discrete Pageantry tras publicar dos con Misra, contando "Portrait Of The Artist as a Young Trash Cam/2013"; donde se reunen rarezas, singles y material no editado. Desde entonces son más dueños de sus creaciones y en sus composiciones se nota ese cambio: Más fibrado, Rockero y comprometido en cuanto a los textos; tan primordiales como su música. Aunque no han perdido esa identidad amateur y librepensadora de sus primeros discos, donde predominaba un sonido más acústico, de baja fidelidad y caótico, pero eminentemente libre.
Pese a haber publicado dos magníficos discos realmente recomendables, en nuestro país son prácticamente unos desconocidos. Que luego no digas que no te lo avisemos.
FELIZ AGUOSTO!!

miércoles, 13 de agosto de 2014

#TARDES A PIE DE NEVERA (son 4): JOSEP FORASTER BLANC SELECCIÓ 2011 & TREPAT 2010.




Bodega Josep Foraster (Montblanc)
D.O: Conca de Barberá
Uvas: Garnatxa blanca, Macabeu, Chardonnay
Graduación: 13%
Suelo calcáreo y pizarra, altidud 450mts
Elaboración: Maceración pelicular con levaduras endógenas de la propia uva. Posterior fermentación 50% en roble francés (5/6 meses), y 50% en depositos de inox.
Temp. servicio: 10/12 grados
Precio aprox: 12 Euros

Uvas: Trepat (autóctona de la Conca y tradicionalmente usada en rosados)
Graduación: 13%
Suelos de aluvión arcillocalcáreos con piedras de río.
Elaboración: Vendimias tardías a finales de Octubre con una reducción al 50% del total. Maceración en frío y posterior fermentación con levaduras endógenas. Fermentación meloláctica en barricas de roble francés, y crianza de 5/6 meses.
Temp. servicio: 14/16 grados
Precio aprox: 10 Euros


Entre noches de desvelo sabanas húmedas y el escalofrío que me recorre el espinazo como si un súbito estertor se engranara con cada una de mis vértebras. Me he puesto el mundo por montera y aprovechando la noche velada de mis convecinos (los de la frigonevera). Me la he echado a la espalda como un cofrade atiborrado de manzanillas. Y cogiendo carretera adelante, me he largado en busca de nuevos enclaves.
En busca de la N-322 desde Albacete; una vía en desuso desde que la rectilínea A-4 acogiese en sus brazos a la mayoría de viajantes. Esta ensortijada carretera apta tan solo para solitarios y nostálgicos en su soledad, ausente iluminación y escaso tránsito, es la compañera perfecta para discurrir sin prisa y habitual ansia por llegar al destino. Por el camino entre los claros y oscuros de sus carteles deslucidos, los cuatro extraviados y el silencio tan solo roto por alguna alimaña. Deja tanto tiempo para tribular y reformular historias acontecidas, como para recitar en voz alta una declaración de amor sin más taquígrafo que la memoria.

Y la verdad es que no soy de aquellos que sienta un apego especial por mis orígenes, pues fue a muy temprana edad #Un año. Cuando me empaquetaron en busca de un diosa fortuna, con la que se camelaran a mi padre hace 43 años mis tías. Arrancando a un pastor analfabeto de su más preciado origen primordial: El campo, las llanuras entre olivos de picual, campos de algodón en abandono y girasoles acorralados. Océanos de recargolados árboles alineados entre los vaivenes típicos de lomas, cerros y hondonadas que identifican la tierra del ronquío, Jaén. Y que tengo por mal decir el abandono vacacional al que las someto, desde que mi adolescencia decidiera pasar las vacaciones estivales solo en casa, en vez de acompañar a mis progenitores; (cosas de la emancipación).
Ahora sin embargo que malgasto los días de Agosto cercado por mi incapacidad. Fijaos lo que son las cosas. He tomado la decisión de viajar al Sur mentalmente con la imaginación desde casa, como un puro acto de masoquismo irracional. Quizás con el simple interés por reconstruir otros viajes del pasado, como el que intenta preservar a toda costa un pasado con el que reafirmarse.
Me gusta recordar esas noches cerradas con el depósito en reserva a las 5 de la madrugada, la carretera desierta, el rocío como crisálidas en las fantasmagóricas telarañas al paso por Alcaraz, y ese intenso olor a jamila y a refinado de aceite, que se te adhiere a la pituitaria al pasar por las cooperativas. Pero sobretodo porque mi encierro en una alegórica e imaginaria nevera me proporciona por simple sugestión, la perfecta excusa para matar un aburrido verano con ayuda de música, cine, y vino; si muchachos, el vino no podía faltar en un puto verano en manos de la tirana Cerveza.


Que sea la pequeña bodega de JOSEP FORASTER en la medieval Montblanc, es una pura circunstancia con la que saldar cuentas con uno de mis productores favoritos del pasado año. O quien sabe si se deba a la proximidad de un viaje verdadero que tengo en mente para las próximas semanas al Priorat; el subconsciente es lo que tiene, que cose casualidades, ganas y deseos en un tapiz de sonámbulo.
Hace una pila de años (tantos como 24), que el trabajo me envió a inmediaciones de la Conca de Barberá; a Sarral concretamente. En otra me quedé a las puertas del inescrutable interior de Tarragona; allí donde se pierde cualquier vestigio del turismo playero y de aftersun. Y debe ser claramente, que alguna llamada interior me tienta sin yo percatarme.
En cualquier caso y usando como excusa esta manía chorra con la que matar las horas de este pendenciero Agosto. Me inclino por dejar constancia por primera vez de esta pequeña zona en un imperdonable olvido.

De Montblanc solo se suele acordar la gente cuando en pleno invierno se celebra una de las fiestas medievales más populares de Catalunya. También quizás por la variada oferta a la hora de cocinar Caracoles El Molí del Malliol. Y puede que menos, por ser la hermana pequeña y desconocida del Priorat, Costers del Segre o de Montsant, en un abanico de zonas vinícolas Catalanas liliputienses junto a la Terra Alta o Pla de Bages. Pero en esta joven y diminuta D.O Tarraconense llevan ocurriendo otras cosas la mar de interesantes estos últimos años.
Y es que sin lugar a dudas, si uno se aventura a dejar de lado las largas pistas que circunvalan, atraviesan y sobrevuelan los inhóspitos territorios alejados de ese turismo fácil de chiringuito, buffet libre y tienda de toallas. Se arma de valor con la simple idea de hurgar en las tripas del monstruo, donde las carreteras pierden el nombre y fomento se olvida de su existencia. Aquellos pueblos atrincherados entre depresiones, barrancos y bancales. Allí es donde se destapa la auténtica identidad y terruño de una tierra verdaderamente superviviente, ilustrada en un pragmatismo que se aleja muy mucho de la idiosincrasia de las ciudades y pueblos que viven de cara al Mediterráneo. Como es evidente, sus vinos blancos y tintos también atesoran esa personalidad empírica propia de quienes nacen con esa capacidad superviviente. Y no podía hacer un alto en el camino con un buen cacho de queso Manchego en la mano, sin contar las virtudes de este Ying & Yang vinícola a la fresca del alba.

Dos vinos que personalizan como nadie el escrupuloso y dedicado trabajo de esta minúscula bodega, a la hora de elaborar dos de los vinos más carismáticos, personales y que mejor ilustran esta poco conocida D.O. Tanto si nos adentramos en la arriesgada tarea de elaborar un Trepat 100% único en su especie, como al ensamblar un cupage intentado mil veces y alcanzar la excelencia.
Lo que más me sorprendió de su Blanc Selecció es sin lugar a dudas su perfecta armonía. Ya que si bien es cierto que las uvas utilizadas en su cupage no deberían depararnos grandes sorpresas. Josep Foraster consigue un juego de contrastes que confluye, ofreciendo lo mejor de cada una y sin embargo creando algo diferente: Su color dorado y amielado que se presiente en su ligera crianza pero que no abusa de ella para preservar su frescor. Consigue destacar su nariz florida y primaveral para acabar siendo un blanco realmente complejo y contrastado en sus toques a fruta blanca madura, con un fondo exótico y tisana montaraz de lo más interesante. En un primer ataque puede parecer un vino ligeramente cítrico, pero su cuerpo respaldado por la sutileza glicérica lo hace muy equilibrado, complejo y a la vez refrescante y fácil de beber.
Podría parecer una contradicción pero la verdad es que se expresa con una elegancia y jovialidad curiosa: Su ligero toque mineral, su fondo de bajo monte (hinojos, eucaliptos, kiwis amarillos, tomillo) y ese final de acidez refrescante que nos evoca al membrillo y a la flor de limón. Además evoluciona estupendamente con el paso del tiempo, ganando en expresión y complejidad en un piedra, papel, tijera afrancesado. Cuando surgen esas reminiscencias a pab tostado, mantequillas y pastelería.

El Trepat muchachos ya son palabras mayores, y su calificación en la guía Parker no es casualidad. Tratándose como se trata de una uva tan particular como es el Trepat; utilizada generalmente en rosados y con un resultado en tintos un tanto irregular y falta de cuerpo. Pero es que el viejo Josep Foraster ha conseguido con este tinto ligero. Acercarse peligrosamente, y espero que no me tachen de loco, a la elegancia y amabilidad de los mejores Pinot Noir. Así, como lo digo y salvando las distancias.
Es un vino que de entrada nos muestra ese color característico de la uvas tintas frágiles y delicadas. Sin embargo ya su lágrima da sensación de licorosidad y azúcar residual alta, adherente. En nariz es todo fruta confitada, pero no empacha, al contrario. Empiezan a aparecer las olorosas notas de fresones del Maresme, picotas, pimienta negra índica sobre un fondo de bosque, pino. Es un vino de beber muy fácil, amplio y que te llena de forma lujuriosa. Adictivo y muy rico de matices y sensaciones. En boca es ligeramente mineral pero la fruta roja sigue siendo la protagonista, con un toque de vainilla que le otorga el roble, pero sin mediar entre el frescor y la fruta crocante.


Y puede que tanta palabrería y descripción sobre, no digo que no. Es un tinto que está de vicio con un precio regalado, y que no nos limita en absoluto a la hora de maridar. Ideal para esta época del año porque combina a la perfección con cualquier platillo, y muy peligroso a solas y en las distancias cortas.
Por cierto, y perdonen mi cansina cantinela. El vino no es que no apetezca en Verano, es que a veces nos pasamos por el forro las temperaturas de servicio y el envase contenedor. Que tan malo es helar un blanco y cercenarle su expresividad, como beber a temperatura ambiente de verano un vino tinto. Aunque para gustos colores, siempre mejor beber que tragar.
Y cuando me reponga, juro por Elvis que seguiré mi camino. Que la suden bien!!
http://www.josepforaster.com/ 
Puntuaciones Parker de la Conca de Barberá 

martes, 5 de agosto de 2014

#TARDES A PIE DE NEVERA (dos + uno): THE BROKEN CIRCLE BREAKDOWN (ALABAMA MONROE)_2012





Nacionalidad: Bélgica
Género: Drama existencial musical
Metraje:112 min
Director: Felix Van Groeningen
Guión: Carl Joos, Felix Van Groeningen
Música: Bjorn Eriksson
Fotografía: Ruben Impens
Basada en la obra de Johan Heldembergh y Mieke Dobbels
Reparto: Veerle Baetens, Neil Catrysse, Johan Heldenbergh, Niils de Caster, Geert Van Rampelberg, Robbie Cleiren, Bert Huysentruyt, Jan Vijvoet, Blanka Heirman.

Hoy me he bajado hasta los cajones de la fruta después de asomarme por el portón de la nevera, y ver que estaba en lo cierto: Los cardos, el tomillo tenaz, los alcornoques, hinojos y bojas mecidas por una brisa abrasadora resisten a la calima deshidratante, y yo... yo mejor me vuelvo a dentro. Los abuelos sestean, y entre ronquido y relinche, me he recostado sobre las plásticas paredes de los cajones frugales para ver la enésima película de llorar.
Una treta para hacer manar lágrimas a borbotones y capturar así la plegaria soñadora como el desdichado Sr. Krank de la Isla de los Niños Perdidos. Convertir mi lagrimal en un manantial desbordado, e inundar mi torso con lágrimas escarchadas por el helor frigorífico: El termostato pasado de vueltas, el no-frost averiado, la luz de cortesía descacharrada y yo allí; repanchingado mando en mano, sollozando hasta el escalofrío mientras las moscas y mosquitos hacen desde mi sudoroso y gelido cuello descensos hasta mi curcusilla.


Una de esas cintas de campañas pasadas que se habían oxidado de polvo sobre una estantería, y que sin el más mínimo interés sobre argumentos, sinopsis o idoneidad la he enchegado. Ala!! así a la aventura que es como se han de disfrutar las cosas. No sea que la pachora se ponga tontusa y la vuelva a arrinconar por diez lustros más. Quizás sea esa la mejor forma, y dejar de darle vueltas a la cabeza sobre si nos va a gustar más o menos, si es el momento o si no; de verdad que me ahorraría tanta mojigatería y no intentar explicar lo que se adquiere por fotosíntesis.
Pero como soy un bocazas, me aburro y cavilo mejor que argumento, ahí va: THE BROKEN CIRCLE BREAKDOWN (que es que la vi subtitulada y suena mucho más interesante). Una película de aquellas que no se explican ni se leen ni falta que hace ¿Cuantas veces nos habremos lanzado al vacío por cuatro líneas de sinopsi que no nos sugieren un carajo? Puro instinto vamos!! Hablo de aquellos años en los que no existía internet, las puñeteras reviews, ni gente que viese semejantes engendros para explicárnoslas.


Alabama Monroe (título con el que se estrenó por nuestras lindes), es una de aquellas películas que jamás veríamos. A no ser claro, que confiemos ciegamente en aquel amigo del alma que nos la recomienda. El llamado uña y carne, culo y mierda... sí sí!!, ese con el que nos comíamos los mocos y compartíamos rarezas a escondidas.
Una peli que habla del triangular drama entre madre/padre/hijo(a) y a los que como yo que son padres por duplicado, conmueve hasta el derrame (a las madres mucho más, advierto). Si no es así, o si eres un padre encabronado que no se deja llevar al huerto por sentimentalismos, también, pero de otra forma. Y es que para todos aquellos amantes de la melodía pluscuamperfecta. Para aquellos que asocian música, directo, carretera y manta, con esa esencia crepuscular de la música Folk, el Bluegrass o cualquier otro género. THE BROKEN CIRCLE BREAKDOWN es todo un caramelo como aquellos Adoquines del Pilar que no se podían morder, y que uno jamás se cansaba de chupar hasta dar con los piñones. He ahí la trampa de Felix Van Groeningen; hay que ver que espabilados son estos Belgas.

Y es que, aunque la cinta chirríe en numerosas ocasiones con esa forma tan poco disimulada de dividir la historia en actos y trascencencias innecesarias. La mágica banda sonora interpretada en directo por el reparto, siempre aparece ahí para enderezar el rumbo de una historia que en un primer momento nos intenta sumergir en el drama desgarrador de la muerte de un crío, ante los ojos de sus padres. Sin embargo y aunque uno pueda creer que está ante el típico film con el que regodearse y enfangarse en la plaga de nuestros días: La enfermedad del Cáncer, la pérdida de un ser cercano o incluso esa angustia latente que desarrollamos los padres ante una hipotética tragedia de nuestros hijos. Dicho así, es cierto que dependiendo de las circunstancias personales del espectador (como es mi caso), uno pueda dejarse llevar por la desazón con la que Felix Van Groeningen narra ese punto de inflexión de la peli. Pero por otro lado, si bien es cierto que no deja de ser un drama. La forma y el enfoque con el que el director Belga construye la cinta va mucho más allá de mero objetivo de que lloremos a moco tendido; eso ya corre por cuenta de cada uno y de su extrapolación como vía de desahogo.


Además, bastante tengo yo con mis defectos como para sentarme ante la gran pantalla a desmenuzar con inquina cualquier creación (puntuar, calificar, y sentenciar). Vaya por delante el respeto infinito que me produce cualquier creación del Homo Sapiens, desde los canastos de palma, pasando por el arte conceptual y acabando en la música o el cine. Y que conste que acepto nuestro vicio sempiterno por analizar, juzgar y criticar todo engendro creativo humano (de forma constructiva también). Pero que queréis que os diga, prefiero disfrutarla, apreciar la dificultad de crear y sorprenderme por las numerosas lecturas o reacciones que puede generar algo que a simple vista y a ojos de la mayoría, puede parecer simple y común.
Sobretodo cuando estamos ante una película Europea, Belga para ser más concretos. Con una historia sin maniobras tácticas ni fuegos de artificio para deslumbrarnos y con la música como eje transmisor de los sentimientos. Y basta con que uno ame la música; dejando de lado nuestras preferencias o gustos. Más si cabe, si tenemos en cuenta la basura que se programa en la mayoría de multicines actualmente.
Tras la estela de la música de Bjorn Eriksson que cantan y tocan los actores a lo largo del film, transcurre la historia de Didier y Elise. Una pareja formada por un apasionado y melancólico músico de Bluegrass y una espiritual tatuadora. Una relación que pese a sus diferencias religiosas y de afecto se culmina en el nacimiento de una preciosa hija, Maybelle. Todo perfecto, feliz, libre, poético y maravilloso hasta que la pequeña de seis años desarrolla una Leucemia letal.


La historia transcurre a caballo de la estupenda banda sonora: Salvadora, ejecutada estupendamente, y con un buen puñado de geniales canciones, que nos harán apreciar y disfrutar de esa magia bohemia y romántica que transmite la música y el protagonista. El drama inicial es un detonante, una chispa que alza hasta lo más alto para luego sumergirnos en la desgracia indescriptible de perder un hijo; con unas interpretaciones bárbaras del dúo de protagonista. A partir de ese momento la película aborda de manera un tanto abrupta el verdadero significado de la historia. Que no es otro que las relaciones humanas y la ambigüedad de sentimientos que produce un drama de tales características: La forma de ver la vida, el sentimiento de culpa, nuestras dudas existenciales, creencias políticas, espirituales y religiosas, y las fisuras que se pueden llegar a generar cuando desaparece algo que creemos tan nuestro como la misma vida. Y que puede según sean las circunstancias personales de cada espectador, dar la sensación de ser un melodrama barato en el que se quieren exponer un sinfín de sensaciones; que en la obra teatral original, me imagino, tienen más sentido.



 
Sin embargo Felix Van Groeningen tiene el gran mérito de construir una historia de amor suicida realmente contagiosa. No se ceba de forma gratuita en la desgracia como eje argumental de la cinta, y transmite un afecto sin fisuras en torno a los protagonistas. Con una cuidada fotografía inspirada en los años 20, y que deja que sea la música y su adictiva BSO la que nos traslade a la melancólica América secular ;cuando en realidad transcurre en la fría Bélgica. Aunque de primeras pueda dar la sensación de un drama sensiblero en torno a la muerte de un bástago, Felix lo acaba convirtiendo en una historia de dos que vive más del amor y odio, que de la pena. Y que la hace bastante creíble, sincera y natural como para calificarla de un mero dramón a la Americana.
Una historia bonita donde los flashback temporales y la música avivan y apuntalan el verdadero valor de la cinta. Y que contenta a partes iguales a amantes del drama masoquista y emotivo, como a los que disfrutan de un cine más cercano y verdadero.

Además, dando por sentado que la marabunta anda ocupando terrazas, playas y destinos turísticos. Que los comercios han echado el cierre, convirtiendo las ciudades en solitarias y apocalípticas estampas. No hace más que reafirmarme en mi bunker climatizado, tanto, que hasta la música de esta magnífica cinta me traslada más aun a estos paisajes Alabameros. Finito...