domingo, 18 de diciembre de 2016

THE NEW RAEMON Y MCENROE, MANO A MANO CON LLUVIA Y TRUENO Razzmatazz 2_ 09/12/2016




Debía estar escrito en los pergaminos de Melquiades, que New Raemon y McEnroe acabarían cruzando sus caminos. Viendo el resultado de la unión y la fuerza con la que pusieron en escena hace dos semanas, Lluvia y Trueno/2016.
Un trabajo llevado a cabo con la distancia que separa Cabrils de Noviales (Soria), donde se recluyó Ricardo Lezón con sus 28 habitantes y los ciervos, los omnipresentes Ciervos.

Un disco cooperativista del que tuve noticias a raíz de una entrevista en Radio 3. Esa emisora otrora agitadora de aquellos que queríamos escuchar música verdadera, y sus contiguas microhistorias.
Lo que se dice cultura musical, y que ahora tanto cuesta de escarbar en la especie radio fórmula en la que se ha ido convirtiendo.
Por suerte, de tanto en tarde hay todavía inquietudes que abrillantar. Pocas, eso sí, pero las hay #no esta todo perdido.
Lo curioso es que ni he seguido a McEnroe, ni a New Raemon intensamente. Y precisamente en las minucias es donde acaba uno encontrando el interés en esos pequeños destellos de diferenciada personalidad.

Lluvia y Trueno nace de una amistad y paralelismo en la distancia, pero tiene tanto o más corazón y mensaje, que algunos discos que han parido artistas con extensa vida conyugal. Los textos y músicas de ambos se enredan igual que el propio adn de un solo ente. Y claro, cuando esa comunicación fluye, suelen nacer cosas preciosas; como ese niño que adquiere los mejores atributos del padre y la madre por feos que sean; que no es el caso. Son más majos ellos...
Sobre el escenario además, todo se magnifica o crece dicho. Porque pese a los pocos ensayos, el nerviosismo patente fruto de la emoción de ese naciente amor, y el no presuponer la masiva respuesta del público... Al final resultó una sala 2 de Zeleste -para mi siempre será eso, Zeleste- Dando un lleno casi total a la sala mediana de Razzmatazz; que celebra aniversario.
Después de escuchar todo el álbum al completo, más alguna sorpresa, para rellenar la hora y media aproximada (Campos Magnéticos, Rugieron las flores, o La Palma y lo Bello y lo Bestia). La sensación es de que ese puñado de canciones al 50%, son solo la semilla o el boceto de algo que da para mucho más.

Canciones que congregaron hasta 8 músicos sobre el escenario: Los dos anfitriones como es normal, y la banda que suele acompañar a The New Raemon; con mención especial al percusionista y vibráfonista Marc Clos, que pintó de color cada una de las canciones. Y que levantaron el vuelo como el Albatros dispuesto a surcar:
Inmensas en sonoridad, emocionales en sincronía metronómica sobre el escenario, y tan orgánicas como lo puede ser una relación translúcida en el momento de compartir y llevar a cabo el amor #en lo que se cree.
Esa “Lluvia y Truenos” con la que arrancó a lomos de esa nebulosa saltarina y tintineante de Marc, nos sumió de golpe en una especie de bruma especial. Un Viernes que merecía mecerse al son de tan escueta premisa: Los amantes a oscuras y entre árboles que hace de sus tan solo dos minutos y escasos, un medio beso de terciopelo. Pudiera haberse prolongado hasta la eternidad, da igual, aunque sus versos se repitieran al infinito. Remontaron “Montañas” con apariencia de himno a la debilidad, a la discreción de la que hace tanta gala el tímido Ricardo Lezón. Y a la exultante felicidad de Ramón, que no se cansaba de agradecer la presencia de tanta fidelidad. Los “Barcos” dieron con nuestros corazones a la zozobra: una de las canciones más íntimas y delicadas, y que apuntilló la grandeza de esta colaboración.
La importancia poética de Ricardo es primordial. Porque de alguna forma, ha empujado a Ramón a componer de otra manera bien distinta; más sincera, desnuda y verdadera.
Hay química, y ésta, está a raudales. Las canciones crecen y es normal que lo hicieran el Sevillano Raúl Pérez tan solo los ha puesto en el buen camino. Hubo momentos incluso que en su vaivén, en la ambivalencia del caminar de las canciones, y esa manera de captar las imágenes que te generan su evocadora interpretación, me vinieron a la mente Migala:
Una de esas primeras bandas que elevaron a cotas inverosímiles, la interpretación en directo con detallistas texturas. Y que ahora, quince años después, ya no sorprende el índice de calidad que tiene el Pop nacional. Ya nos tocaba apuntar alto Santo Tomás!!

Sobresalieron “Malasombra”, “Cuadratura del Círculo”, igual porque son esa cara misteriosa y oscura que más me gusta de Ramón, o cuando se le une a las voces Ricardo tembloroso. Firmeza y fragilidad que se enredan como una sola, dando con “Gracia”. Esa canción que irremediablemente nos transporta a nuestra juventud. O por lo menos a esos instantes de corazón en un puñado, tripas anudadas y erizados confortables que nos da el amor, casi siempre recordado en pasado y no en presente. “Fantasias Heróicas” que nos hicieron estrellas por un momento sexagesimal ínfimo, pero casi eterno.
Las fantasías tienen eso de verdadero que cada uno queramos darle, cuando el placer de volar que tienen las canciones nos elevan. O por lo menos el saber plasmar en un texto, cantarlo y revestirlo con sonidos, aquello que hace de la emoción del autor un flechazo de reciprocidad con el oyente. O cómo pudimos ver también aquella noche de Viernes, a “Los Ciervos”. Porque los vimos y hasta el olor a musgo y mañana nos invadió la pituitaria.

Igual que Ricardo salimos en su búsqueda con la total certeza de que deseábamos los imposible. Puede que hasta lo prohibido. Pero seguros en nuestro deseo de fundirnos con ellos.
Bueno. Pues esa noche de Viernes, fue casi lo mismo.
¿O fue lo mismo?

sábado, 10 de diciembre de 2016

RYLEY WALKER_SIDECAR CLUB_20/11/2016_ O EL CÓMO DE LA MUTACIÓN CONNATURAL





Uno de esos otoñales domingos que amanecen silenciosos y que a toda costa queremos estirar. Igual que aquellos chicles boomer que enredábamos entre nuestros dedos como los rizos de nuestras novias, y que guardabas en la nevera esperando que recobrasen su primer sabor a fresa ácida.
Creo en los domingos acolchados como la felpa. En ese batiburrillo a churros y diario perfumado en tinta fresca con cercos de café con leche. En ese querer detener el minutero y maniatarlo justo en las 12, para postergar el vermuth. Y definitivamente en solo querer hacer cosas desde el sofá y con nuestro mando a modo espada láser jedai.

Ver un concierto en tal día se antoja heróico, pero tiene su qué de revertir el engranaje de las rutinas como los palos en los radios de la bici. Sobretodo cuando se lleva toda la semana entre el “me quiere no me quiere”, y al final de forma salomónica te dejas llevar por el instinto animal.
Eran PIXIES y esa nueva reflotación en busca del cetro medio escacharrado: Masajear con condescendencia nuestra nostalgia por los noventa. O guiarnos por ese olfato canino hacia los moribundos cánticos de Ryley Walker con 40 a 15 de por medio.
Y no es que sea el dinero finalmente el que decante la balanza. Pero hay algo ahora, que me mueve a perderme por las sumideros de la música en vez de tirar por camino fácil de los destellantes bulevares.


Admito que a menudo amedrenta enredarse en laberintos y raíces que revientan la tierra y van por libre. Pero cuando escuché en Marzo del pasado año por primera vez PRIMROSE GREEN, no pude evitar caer rendido en ese afelpado manto jazzero que decora sus composiciones. El mismo que mi madre pone en su juego invernal de cama, y que te acaricia las mejillas mientras sesteas.
Ese misma sensación de confort hace del viejo y cañí Club Sidecar, una especie de salón de casa al que solo le falta el brasero y las historias de muertos y aparecidos que te contaban en el pueblo. Sentí esa fuerte sensación de compartir mi mismas sensaciones con alguien. Y al final fue con mi hermana la misma con la que comparto aficiones, y hasta vacaciones; se lo debía.
Todo es cuestión como quien se aventura en una necropsia, a abrir la mente por el tórax. Y este caso al joven veiteañero Ryley Walker, saldando la deuda pendiente del BAM de hace dos años. Allí me rilé; lo admito. Pero el siguiente envite de canciones en formato más conciso y acústico que contiene GOLDEN SINGS THAT HAVE BEEN SUNG/2016, merecía eso y algo más.


El Canadian de rigor que barniza de ámbar la espera. Una amena charla para ver que esta vez, de colas nada. Y 50 o 60 almas en pena que decidieron mandar al carajo la batamanta, el tronar del Sant Jordi Club, o igual la digestión pesada del pollo A l'ast con all i Oli del Domingo. Para ver a un sobrado de talento, socarronería y humildad Ryley Walker, despacharse con su tan aplicada banda de acompañamiento.

Media hora antes con la sala semi vacía, pudimos ver a una delicada y solitaria ITASCA aka Kaila Cohen, desgranar su cancionero de deshuesado Countryfolk. Un set in crescendo de media hora y pico, que presentaba su último álbum “Open to Chance”.
Tímida y tan delicada como sus canciones, le faltaron seguramente sus recientes compañeros de andanzas para dotar de una perspectiva más mimbrada, lo que al fin y al cabo pareció: otro de tantos conciertos acústicos fríos y algo carentes de sustancia. Sus discos, eso sí, son otra cosa; mucho más disfrutables y evocadores. Esas quietudes barnizadas de paisajes campestres y cotidianos que prácticamente detienen el tiempo como lo hacían por ejemplo, los Hnos Kadane hace tres lustros.

Pero sería el joven Ryley el que alrededor de las diez de la noche, sin espero, pecar de vehemente. El que probablemente me acabara dando la mejor quizás, hora y media en vivo del presente año. Exagero?
No sé si por la propia sorpresa del improvisado plan del domingo. Por la compañía y lo familiar del encuentro. O seguramente eso sí, porque por formas, repertorio e inventiva al ejecutarlas: una cosa es escuchar sus discos y otra bien distinta que le sigas en su aventura del directo.
De ahí nace algo que reduce la impresión en el acetato, a una mera circunstancia en el tiempo: La música tal cual se grabó y que sientes al escucharla que ahí no se acaba.

Las composiciones entendidas como un ente vivo que no dejan de transformarse. Que incluso se reproducen y mutan en otras nuevas canciones; como las de su último álbum: Las ocho nacidas del periodo de tiempo en el que iba tocando en vivo su anterior disco.
En el set que nos presentó en Sidecar Club, sin embargo, todo se argumentó de muy distinta forma. Sonó prácticamente ese disco del 2015 y alguna que se coló por las rendijas. La electrificación que en su totalidad ejerció de eje; sin aparecer la omnipresente acústica hasta el último bis, fue la que transformó de entrada cada una de las canciones: Arranque fuerte y potente en clave rockera, con un tema que no sabría ubicar en ninguno de sus últimos discos (nueva o mutada). Un volumen realmente alto que apuntaba a la estridencia y progresivamente se fue modulando.
Y aunque uno pueda creer al escuchar sus discos, que estamos ante un músico solemne y medio ermitaño, nada más lejos. Ryley Walker es un tipo simpático que se resta importancia de tal manera, que parece hacerte sentir que andas cogido de su mano. Más que protagonista real como solista que es, podría definirse como un perfecto maestro de ceremonias que da pie a una triangular comunicación liberadora, entre solista/banda/público.

Con un Gin Tonic a sus pies de los que iba tomando tragos en clave de “fiesta!!”, diluía de un plumazo cualquier sensación de parábola psicodélica sesuda a la que te puedan invitar sus pasajes de hasta 15 minutos.
Esa frescura secreta de sus canciones, que evita el bucle tendencioso y soporífero. Y que en realidad recrea, como quien procrea o se expande igual que una madreselva o liana en la espesura amazónica. Sonidos que nos teletransportaban al Rock progresivo, al jazz caleidoscópico o incluso al lejano Punyab totalmente tonificado por su inquieta eléctrica.
Alucinamos en colores con la paleta que ostenta de los mismos, su batería; si así lo pudiésemos describir: Descalzo y usando sus botas como posavasos, contorsonista y McGiver de los tambores y derrochador en texturas. El onduloso contrabajo de Hanton Hatwich desdoblándose en viola y hasta en percusión. Y el resto de la banda que parece actuar en la retaguardia como el contrapunto detallista en el crisol de pespuntes, bordados y brocados en los que acaba convirtiéndose su interpretación.

La hora y pico larga sin las prisas que otorgan a día de hoy los sets económicos en salas pequeñas. Con ese apaga y vámonos que el tiempo apremia de algunos sets. O esa sensación reinante de que todo sucede escrupulosamente sobre un guión. No ocurrió allí ni mucho menos.
Todo lo contrario, porque al cabo de los minutos, la sensación era como la de un manto. No era el estado de flotación, la atención que te absorbe, o simplemente que todo discurre... No como lo previsto sino por la magia del momento.

La voz onda como la de un acantilado de Ryley que gana porcentualmente en vivo. La franqueza y naturalidad con la que teje ese punto de partida en la ejecuciones y como invita a sumarse. Y el no importarte lo que toquen sino como lo toquen.
Primrose Green”, “Sullen Wind”, “Funny Thing She Said”, “Love Can be Cruel” y otras tantas que acabaron convirtiendo la noche en una sinfonía.
La de un tipo que inició sus andanzas musicales con una banda Punk, y que a sus 27 años (teniendo en cuenta su carácter hiperactivo) ya nos ha dado tres joyas de discos. Interesante y fascinante a partes iguales por su forma de pasar del folk a la psicodelia salpimentando con jazz, guitarra clásica y hasta blues, sin apenas resentirse su toque personal. Capacitado para tocarlo como o de la manera que le de la gana y no dar la sensación de que pierde la esencia de la canción. Y pese a su juventud, que recalco por lo despreocupado de su carácter, dar la sensación de que que es un veterano músico capaz de subirte como un mantra a la espiral más hipnótica. Y de repente acariciarte con una versión eléctrica del Fair Play de Van Morrison, sin ocultar esas referencias tan simbólicas como lo son las del Lobo de Belfast, Ben Jarsch o Nick Drake; a las que yo añadiría otras tantas bastante más alejadas de esa heterodoxia.
En cualquier caso, uno de los directos más disfrutados de este año junto a los de Wedding Present y Kevin Morby. Que también los valieron claro. Pero es que lo de Ryley Walker estimo, que es otra cosa bien distinta por más que nos cueste y amedrente entrar en sus discos.

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domingo, 20 de noviembre de 2016

NEW MODEL ARMY en SALAMANDRA 28/10/2016... CALLA Y DAME OTRA CERVEZA QUEMELANTIRÁO!!




El mes pasado volvieron a salir de sus moradas los angelitos negros. No los del glorioso Machín, sino los irreductibles y fieles seguidores de la banda de Bradford: NEW MODEL ARMY.
Para certificar la existencia del otro frente desintoxicado de pasarelas de chorreras, crepados y maquillaje. Hay que exhumar de tarde en tanto -casi como los viajes del cometa halley- ese frente combativo que diluía esa efímera frontera entre el Punk, lo oscuro y el gusto por aquellas bandas militantes de los 80.

Pasados los años, cuando poco queda ya de aquella escena olvidada y desligada de todo secularismo. Cuando los años te hacen dudar de si había en realidad un frente común gótico, o era el simple amor por aquellos sonidos apartados de la modé. Los que unían a distintas razas alrededor de la fogata en pos de lo atípico: The Chameleons, The Cult, los mismísimos New Model Army, o un montón de bandas más que se la traía bastante floja las sectas, los bandos o agrupaciones generacionales.
Está claro que los New Model Army han sobrevivido a todo eso. Y quizás sea esa la razón por la cual, cada vez que se pegan una gira infernal por toda europa. Hay unos cientos de incondicionales; empezando por los Followers, y acabando por ese desarraigado seguidor entre lo siniestro, lo rockero, y lo indeterminado. Que se acaban reuniendo como una gran familia bien unida, amante de los románticos mensajes de Justin Sullivan. Esas cosas de las que ya no está de moda hablar en una sociedad materialista y terrenal. Pero que unos tantos no siguen erizando el bello a grito pelado y brazos alzados.
Este tenaz veterano de 60 años ya, sigue como tal cosa sobre el escenario. No solo son creíbles sus mensajes, sino que las canciones recobran una extraña vida tan brutal e incendiaria sobre un escenario, que solo queda la reverencia final.

Los hay que dicen que se repiten. Que quieren encontrar a un mesías nuevo que les devuelva la juventud. O que esperan que el himno sea el que los teletransporte a su revolucionaria adolescencia. Pero hay algo más importante que todo eso. Y es que cuando los clásicos se solapan con sus nuevas composiciones y no baja ni un ápice la intensidad. Tan solo, creo yo en mi más sincera ignorancia, que hay que mirar siempre hacia adelante y avanzar.
Los he visto ya con esta cinco veces, y siempre me han dado razones de peso para creer en sus nuevas canciones. Por mucho que las antiguas vayan de la mano de alguno de mis más emotivos recuerdos de juventud; que ya son 26 años joder.


El del pasado mes de Octubre en la inóspita periferia de Hospitalet me pareció arriesgado y valiente. Teniendo en cuenta las carencias de la sala, creo que fue el más bestia desde la gira del 93.
Han pasado 23 años y se dice rápido. Si en aquellos años éramos cuatro gatos los que los seguíamos; tan pocos como para llenar la sala 2 de Zeleste. Ahora, cada salida a la palestra con un nuevo puñado de composiciones me parece hasta heróico. Seguramente sea la única banda que persevera en ideario, y correspondidos plenamente por sus seguidores en una militancia inquebrantable.
Vienen de toda europa, del este y del oeste, de fuera y de dentro. Las grietas que surcan sus caras y los torsos desnudos que se sacuden en diabólicos pogos como las vibrantes colmenas, no pierden la intensidad con los años. Han conseguido algo realmente difícil: hacer que lo nuevo y lo viejo se haga todo en uno. Sin dudar ni un instante en despegar con “Burn the Castle”, el tema que dispara directo a la cabeza tras la apertura de “Beginning”, mucho más épica y que no sonó; yendo directos al grano.
Su nuevo trabajo WINTER, tiene un buen puñado de razones para reivindicarlo como uno de sus discos más arriesgados en bastantes años. No es ese típico disco que tira de piedra y roca, o de esas percusiones que ahogaron la intensidad de antaño. En cambio, son los pequeños detalles el que lo hacen grande en cada escucha sin abusar de ningún tema insignia, salvo el que le da nombre. Diría que en estructura e idea me recuerda al Thunder and Consolation o el The Love of Hopeless Causes; que ya es mucho decir y alguno me quemará en la hoguera, cierto!!.
De ahí que sonara prácticamente en su integridad, sobretodo la de su primera parte que es la más intensa de largo: “Part the Waters”, “Eyes get used to the Darkness”, “Devil”, “Winter”, “Born Feral”... y así hasta 8 de sus 13. Esta última tremenda y a la altura de alguno de sus clásicos, se ensartó con una versión sosegada de “Purity” que la hace más eterna si cabe que su otrora machacada Vagabons. Una de mis preferidas “Fate”, que junto a “White Light” dirigieron el repertorio hacia canciones más melódicas.
Hubo como es habitual algunos sectores que se quejaron de la falta de algunos clásicos simbólicos, que por tener tienen muchos. Basta con repasar la quincena de discos que tiene entre oficiales y caras B.

Yo nunca he esperado y ahora menos, que cualquier banda me toque aquello que quiero oír. Y prefiero que me sorprendan con una idea global de aquellas que te hacen amar canciones que ni te esperabas. Que convierten en grande la interpretación absoluta del instante defendiendo lo imposible. Y que en definitiva arriesgan con una propuesta que recorre un aspecto concreto de su discografía; en este caso no fue la más fácil.
Sonaron en un impresionante acústico “White Coats”; una de las para mi, mejores canciones de su extensa carrera. “Poison Street” arreció meteórica: aquella primera canción de ellos que escuché en una cinta perdida de Chocolate. “51 State” cumplió con un solitario y mítico tema; que podrían haber sido otros: Un Get me Out, Family, Young Gifted and Skint, un Prison... o que se yo.
Escogieron una línea más lógica por como suena su último trabajo, y menos visceral. Cómoda si se quiere, pero intensa porque es al final el público, el que la convierte en inolvidable sea cual sea el repertorio. Es así, los sets en directo de la banda de Bradford que ahora parece tener una alineación fija desde hace cinco años, no nos hace añorar la más Punk de principio de los 80. Ni tampoco su discreta reconversión hacia sonoridades de épica excelsa, cuando alcanzaron el status de banda futurible con IMPURITY.
Tenemos a unos New Model Army en ruta, han parido un disco ambicioso y que rompe con ciertas ataduras, y que nos sigue arrastrando al mismísimo infierno. Dudaba del lleno en Hospitalet fíjate. Pero esta claro que la hermandad de los eslabones perdidos, todavía sigue testimoniando esa imprecisión a la hora de separar churras de merinas.
Al fin y al cabo la mayoría ya somos cabrones que peinan canas como escarpias.